El artista inglés David Bowie falleció a los 69 años tras una lucha de 18 meses con el cáncer. Incansable, no dejó de trabajar hasta el último momento de su vida.
Random recuerda en esta columna a uno de artistas más trascendentes, influyentes e innovadores de la historia de la música contemporánea.
De las pocas personas que pueden ser denominadas, sin exagerar, un genio. Antes de morir David Bowie nos dejó un par de regalos: el disco ultra experimental Blackstar y el musical Off-Broadway Lazarus. Por lo menos en el caso de Blackstar, que pedazo de regalo nos dejó, con un sonido excitantemente experimental y un air de oscuridad y misterio dignos de sus trabajos en Berlín de los años 70.
Tal como ocurriera con el “Flaco” Spinetta, al “Duque Blanco” el cáncer se lo llevó demasiado rápido, demasiado pronto. Apenas unas semanas después del lanzamiento de su último trabajo, la sorpresa nos golpeó duro, especialmente porque pensábamos que estábamos admirando a un Bowie en plena forma. Nos dijeron que hace 18 meses le diagnosticaron un cáncer de hígado y que trabajó en sus proyectos hasta que ya no pudo sostenerse en pie ni con ayuda. Que estuvo rodeado de su familia y que la aristocracia artística del mundo está de luto.
Despedir a David Bowie es decirle adiós a una de las presencias más abarcativas e influyentes de la música del siglo XX y más allá. Antes que nada un artista, Bowie era uno de esos niños superdotados al que la normalidad y la calma aburrían sobremanera y al que no le importaba meterse por caminos inciertos si al final de ellos encontraba la promesa de algo nuevo y emocionante y, una vez colonizado ese planeta, la posibilidad de empezar de nuevo.
Fue el hombre de las mil caras, fue le mayor Tom, fue Ziggy Satrdust y fue el Delagado Duque Blanco lanzando dardos a los ojos amantes. Fue un rebelde incontenible y un caballero de una finura exquisita. todo al mismo tiempo. Un artista del pop comprometido a llevar su sonido a límites insospechados sin perder jamás el buen gusto, que es algo sobre lo que muchos artistas “transgresores” de hoy deberían tomar nota.
“Despedir a David Bowie es decirle adiós a una de las presencias más abarcativas e influyentes de la música del siglo XX y más allá.”
Escuchar sus discos por primera vez es navegar por aguas inesperadas y adentrarse en sonidos que nunca habíamos escuchado. Toda su obra de los años 70 es increíble y original, ya sea con más énfasis en la letra y el relato como en Rise and Fall of Zyggy Stardust and the Spiders from Mars de 1972 y Alladin Sane; o su giro al soul y funk de los tiempos de Diamond Dogs (1974) y Station to Station (1974); o sus experimentos minimalista y obsesionados por el sonido de su tríada berlinesa con Low (1977), Heroes (1977) y Lodger (1979), en colaboración con Brian Eno. Todo excelente.
Talentoso y agradecido, sus colaboraciones con artistas de los más variados géneros que el admiraba o respetaba terminaron siempre en grandes éxitos para los demás. Como el caso de Iggy Pop a quien Bowie formó como solista ayudó a producir sus dos primeros álbumes sin que el astro del punk perdiera su identidad. Pero también en la impresionante Under Pressure que realizó con Queen y que es una de sus canciones más populares.
Sus letras tendían a hablar de los diferentes, de los distintos que no encuentran su lugar, de los viajes y aventuras interiores. Esos viajes exploratorios que él mismo encararía siempre y a los que sometería a sus oyentes, a nada se parecen tanto sus canciones como a viajes a lo desconocido, lo misterioso, pero siempre con la sensación de que hay tierra al final de la travesía.
“Talentoso y agradecido, sus colaboraciones con artistas de los más variados géneros que el admiraba o respetaba terminaron siempre en grandes éxitos para los demás. Como el caso de Iggy Pop a quien Bowie formó como solista ayudó a producir sus dos primeros álbumes sin que el astro del punk perdiera su identidad.”
Su inagotable energía lo llevó también al cine, con papeles realmente memorables como el alien de The Man Who Fell to Earth (1976), Poncio Pilatos en La Última Tentación de Cristo (1988) y Nikola Tesla en The Prestige (2006). Sin embargo el papel que siempre viene a mi memoria es el de Jareth, el soberano de Labyrinth (1986), tan cautivante como misterioso y peligroso, como era David Bowie arriba del escenario.
Tras la súbita noticia que nos desayunó el lunes, cientos de artistas de todo el mundo recordaron a uno de los artistas más influyentes y relevantes durante más de 40 años. Dos posteos en redes sociales se destacaron por su fuerte contenido sentimental y por el vínculo artístico y personal que los unía con Bowie. Uno fue Iggy Pop quien lacónicamente dijo: “La amistad de David era la luz de mi vida. Nunca conocía a nadie tan brillante. Era lo mejor que existe”. El otro fue Brian Eno, quien relató que jamás dejaron de escribirse y que, al final, Bowie llegó a despedirse de él: “Recibí un email de él hace siete días. Fue tan divertido como siempre, y tan surrealista, con juegos de palabras y alusiones y todo lo que hacíamos habitualmente. Terminaba con esta frase: ‘Gracias por nuestros buenos momentos, Brian. Nunca se pudrirán’. Y estaba firmado por ‘Dawn’ (Amanecer). Ahora me doy cuenta que estaba diciendo adiós”.