Algunos filósofos han señalado al hombre como “un animal que sabe reír”. En su ensayo sobre “La risa, el significado de la comicidad”, Henri Bergson le suma complejidad al asunto y agrega que también podrían haberlo definido “como un animal que hace reír”.
El problema es que no todos tenemos ese don ni somos capaces de provocarlo. Podemos intentar contar nuestro mejor chiste, del mismo modo que en un picado jugar a meter una gambeta a lo Messi o cantar en la ducha al estilo tenor, pero existirá el riesgo de recibir apenas tibias sonrisas, seguramente de compromiso. O le pifiamos en el tono -en el mejor de los casos- o directamente marramos el remate final, algo mortal para la génesis de una carcajada. Además de talento natural, hay algo estético en la risa. “La comicidad nace en el preciso instante en que la sociedad y la persona, liberadas de la preocupación por su conservación, empiezan a tratarse a sí mismas como obras de arte”, expresa Bergson. Se sueltan, se liberan, se quitan el disfraz.
Es un lunes como cualquier otro para mí, pero decididamente diferente para los que se van a comer un asado. Ingreso al mítico bar “El Pelado” del barrio Alta Córdoba en la búsqueda, acordada con antelación, de Eduardo Cacho Buenaventura. Primero atravieso el hall de ingreso, saludo al dueño -con su calva le impuso su mote al reducto- y le pregunto por la celebridad. Amablemente me indica hacia el fondo. El Pelado posee el aspecto de esos laderos de Robert De Niro o Al Pacino en una de acción. No digo que hay que temerle, pero impone respeto. Nada de intentar boludearlo, es de esos que te contestarán: “pibe, cuando vos fuiste, yo ya vine”.
Después de atravesar las primeras mesas de parroquianos jugando a los naipes, con sus miradas puestas en las barajas, mintiendo algún envido o jugándosela con un “quiero retruco”, me percato del humorista. En medio de mesas de billar, casin y tres bandas, lo observo. No para de reírse a carcajadas con dos que meten púa. De repente, pasa el mozo, uno de esos bien del estereotipo de antaño, de los que ya no se fabrican: peinado algo engominado y extrañamente oscurecido. De esos mozos que los pedidos quedan impresos en su memoria, no necesitan anotar ni, muchos menos, regresar para consultar. Con Cacho intercambian algunas bromas. En poco más de un minuto, Buenaventura hace reír a diez personas. No exagero. Por algo es el capitán, cuando hace poco se presentó la “Selección Cordobesa de la risa”, Cacho era el líder natural, el comandante del equipo. No sólo por trayectoria, ya que es uno de los humoristas más significativos de Latinoamérica, sino por su presente, juega como en sus mejores tiempos, con esa chispa encendida que sólo poseen unos pocos elegidos.
“A mis amigos los convertí en familia. Es más, los parientes son gente que te toca, los amigos son personas que decidí elegir.”
De movida echo por tierra el mito que “todos los profesionales que hacen reír arriba de un escenario o en la televisión son unos insufribles de entrecasa”. Un desconfiado me dirá: “en todo caso, Cacho es una excepción a la regla”. Me ofrecen una cerveza y me olvido de estos planteos. Hay en disputa una partida de casin, una compleja disciplina del billar que se juega en una mesa sin troneras y se usan cinco bolos de madera que se colocan en el centro de la mesa. Si para algunos jugar al pool no resulta sencillo, ni que hablar de esto, hay al menos diez opciones de tiro. La básica es tratar que la primera bola objetivo contacte la segunda (casin) y así derribe las quillas (palitos) que suman puntos. Me explican pero no lo comprendo, además existen muchas otras variantes de las modalidades que aparecieron por razones de interpretación de reglas y de costumbres. Sí, logro entender que todos juegan muy bien, que el nivel es parejo y poseen precisión en los tiros. Cacho lo hace de forma destacada, compite para llevarse el partido. Eso sí, no es como en otros juegos que en un santiamén deviene la definición, acá les lleva hasta dos horas para culminar. En el medio hay charlas, picadas, un vermú, los que no tienen que tirar pueden hacer lo que se les cante y abstraerse con esas cosas benditas del bar. Por eso me atraen tanto este tipo de deportes donde la camaradería se le impone a la competencia.
En un alto de su juego, le hago a Cacho una pregunta retórica: ¿Qué los aglutina al bar?– ni yo sé porque le largo la palabra “aglutina”, más adecuada para un cóctel ABC1 que para un bar. Por suerte, Cacho tiene calle y contesta sin juzgar.
-Acá hicimos de la diversidad una virtud. Hay veces que se destacan las diferencias no como una virtud sino como un vicio, algo muy equivocado, ya que a mí las diferencias me hicieron crecer. En el bar hay empresarios, hay peones, hay dueños, inquilinos, morosos, hay de todo; pero hicimos de la diversidad y de la diferencia, algo superador. Acá se trata de camaradería, afecto, cariño- responde.
Le toca el turno de jugar, se ríe pero se concentra, pese a la naturalidad con la que lo hace, se le nota un espíritu competitivo. La cara expresa que desea fervientemente ganar. Dispara un tiro corto pero preciso, por su gesto de aprobación entiendo que fue bueno, anotan los puntos en el pizarrón pero no juno quién va ganando. Vuelve hacía mí y me cuenta.
-El otro día Miguelito, un amigo mío al que me dio mucha alegría volver a ver, me regaló un cuchillo para mi cumpleaños porque sabe que me gustan esas cosas. Apenas lo vi, me di cuenta que era de “marca”, un cuchillo alemán….me pareció demasiado bueno. Entonces me quedé sin palabras y por decir algo comenté: “¿Servirá esto para cortar un asado? Miguelito se abrió la camisa y me contestó: “Pruebe acá en el pecho, Cachito mío…”- dice imitando la acción.
Cacho está agrandado porque viene de ganarle al campeón provincial de casin, un joven amigo, oriundo de Villa María, que esta vez no pudo con la astucia de Buenaventura. Me explica que aprendió a jugar desde muy chico y que entendió rápidamente que no debía gastar fichas en los pool. “Eso es como una máquina tragamonedas”, agrega, haciendo alusión al poco tiempo que duran los partidos. Por eso revindica el billar, el casin y el “tres bandas”. Cacho vuelve a jugar y mientras tanto aparece uno que estaba escuchando la conversación. Se trata del doctor Federico Kune, me cuenta que aprendió a jugar a estas disciplinas por intermedio de Cacho. “Una tarde estaba jugando al pool y se me acercó diciendo eso que te comentaba a vos, que tragaba fichas al cuete, que eso era un ‘cazabobos’. Tuvo paciencia para explicarme las reglas de los otros juegos, después de muchos años ahora jugamos de igual a igual”.
Cacho recuerda ese día, me confiesa que de entrada la dijo: “mirá pendejo, yo sé poco de esto, pero lo poco que sé te lo voy transmitir, pero soy el menos indicado. Le dije que iba a ser la peor parte porque si no sabés nadie quiere jugar, entonces vamos a jugar hasta que aprendas. Y con paciencia lo primero que le enseñé fue a jugar a la carambola del tres bandas, algo que yo hacía muy bien”.
Kune aquella vez era un desconocido del Bar, hoy es uno de los parientes elegidos por Buenaventura y el encargado del asado de cada lunes. “Hoy en día el doc es el encargado de la banda”, admite el humorista. Pese a que no hay una filiación sanguínea con ese grupo, Cacho afirma que “el bar es un rincón donde tuvo la posibilidad de elegir parientes”.
Le hago sin querer algún gesto para que me lo explique.
-A mis amigos los convertí en familia. Es más, los parientes son gente que te toca, los amigos son personas que decidí elegir. Por ahí la cansadora de mi mujer dice: “te vas al bar con esos negros que fuman, que están al pedo”. Y le digo: “loca, pero nosotros tenemos parientes que son peores”– se ríe. Nos reímos, algo que será una constante durante todo el encuentro.
Poco a poco me va presentando a los parientes. El más serio de todos parece Gustavo Contrini, más que nada por su aspecto formal: camisa bien planchada, pantalón pinzado, celular en la cintura. Tiene pinta de empresario, no le erro. Sin embargo, su seriedad la deja rápido de lado, hace un par de chistes y nos pide una foto junto al campeón.
¿Cuál de todos? – le digo con una falsa ignorancia. Naturalmente lo señala a Cacho. De a poco van desfilando los personajes. Hay uno, de los más callados del grupo, que posee cierta analogía con el “Tano” Pernía actual, aquel jugador de Boca. Me pongo a buscar parecidos. Una costumbre de la infancia, enseguida descubro que hay otro que efectivamente tiene un doble de cuerpo. La similitud con Pernía debo admitir que tendrá un parecido en un 50%. Sin embargo, el otro es igual al actor Germán Kraus. Sólo le falta alguna actriz a su lado, pero no es una noche de mujeres.
Más tarde arriba “Montoto” ―con una diminuta colita en su cabello raleado― y se erige en amo y señor de las cargadas. Apenas entra lo joroba a Cacho y se funden en un abrazo. Cuando vamos a sacar una foto, Montoto le mete un pico a Germán Kraus cuan si fuera Patricia Palmer en “Mi familia es un dibujo”. Con eso nos damos cuenta como viene la mano con Montoto que convierte a la joda en un condimento permanente. Al rato, llega el último de la noche: un señor alto con un físico tallado por los músculos. Le calculo la edad y supongo que apenas me lleva un par de años. “Será uno de cuarenta y pico”, arriesgo. Cacho me lee el pensamiento y me dice que tiene casi sesenta.
“¿Viste los brazos que tiene? Una vez se quería pelear con otro y lo tuve que separar. Al otra día me dolía todo, me di cuenta que había sido por tener que agarrar a este que es pura fibra”– apunta. Al igual que todos, el musculoso “Mario” viene con una especie de escopeta colgada en el lomo. Me cuenta que en el Bar Royal una vez le confundieron eso con un arma de verdad. Un vecino lo vio bajar del auto y llamó a la policía. Se armó un quilombo bárbaro pero se trataba de la funda con la que llevan el taco de cada uno. Si bien se pueden prestar, cada jugador lleva su taco y son meticulosos, al igual que un golfista con sus palos o, mejor todavía, un buen cebador con su mate. El musculoso tiene una especialidad poco común: arregla los relojes de los taxis. “Con todos los últimos aumentos que hubo en estos tiempos tuvo laburo a rolete”, aporta Buenaventura entre más carcajadas.
Antes de llegar iba a preguntarle a Cacho por sus actuaciones en el tradicional Teatro Maipo de Buenos Aires que hacía antes de fin de año, por actual participación en el cine, en la película “Papeles en el viento”, y por su recorrida por diversos festivales de este verano. También suponía una extensa charla –que otra día la tuvimos- sobre su prólogo para mi primer libro de Cuentos. No era necesario, la postal era esa velada. Ser espectador de lujo es más que suficiente.
-En las ciudades, en general hoy estamos algo desconectados, desencontrados, desentendidos; una sociedad de individuos solitarios. Estaría bueno que fuera una sociedad basada en las relaciones humanas como la que pregona el bar donde existe una verdadera tertulia, una real juntada. La idea es encontrarnos para estar contentos- suelta Buenaventura. Más que una declaración de principios.
Nos invitan -al fotógrafo y a mí- para el asado posterior pero no esperábamos ese privilegio, nos parece que sería abusar. Tal vez, con esta revista en la mano tengamos una mejor excusa para volver. De cualquier manera, ya son como las once y pico de la noche y el asador, el doctor Kune, todavía está jugando, siquiera prendió el fuego.
La jornada va a durar hasta bien entrada la madrugada. Como corresponde.