Ultimo día del año. Treinta y uno de diciembre en La Rioja. Calor es poco decir. Yo, una chica de Buenos Aires que creía saber de calores, quedé impresionada con la temperatura de esas tierras.
Me lo habían advertido, pero siempre la comprobación supera hasta la más exacta descripción del caso. La directiva fue: “vas a cubrir el Tinkunaco”. La respuesta fue: “Y eso, ¿qué es?” Sí, jamás había escuchado hablar de esta celebración. Sabrán disculpar los riojanos…
La misión estaba asignada y yo la iba a cumplir. Por supuesto que no pensaba ir con el disco rígido vacío. Así que busqué información al respecto y sobre todo dejé que me desasnaran los locales.
El Tinkunaco se celebra en La Rioja Capital hace más de 400 años y conmemora el encuentro (Tinkunaco en quechua significa encuentro, fusión o mezcla) entre los aborígenes y los españoles en la Pascua de 1593, donde luego de graves enfrentamientos, el español San Francisco Solano logró restablecer la paz, gracias al encantador sonido de su violín y a la imagen del niño Jesús que llevaba consigo, fórmula que fue infalible para calmar a los más de 9 mil pobladores originarios.
Con esta información en mi cabeza, sólo me faltaba dejarme atrapar por la tradicional celebración riojana. Cerca de las 11 de la mañana, ya me encontraba apostada en el centro de la plaza 25 de Mayo, frente a la Catedral, como las cientos de personas que buscaban un poco de sombra, debajo de las copas de los verdes árboles.
Lo primero que me sorprendió fue lo colorida que estaba la plaza. Desde la cúpula de la Catedral colgaban cintas blancas y amarillas de gran tamaño que llegaban hasta el piso en forma triangular. Las mujeres y niñas llevaban unas vinchas de flores muy coloridas llenas de cintitas colgando.
Una especie de globos llamó poderosamente mi atención. Son coloridos y adornados con cintas. Al consultar de qué se trata, supe que quienes los llevan son promesantes y que tienen un fuerte valor simbólico. Constan de un bastón largo y una serie de globos de colores que se extienden a lo alto de ese palo y que representan la cantidad de celebraciones a las que se asiste con una misma promesa por cumplir. Al llegar a 5 globos, ya debe estar cumplida la promesa.
Pero al márgen del colorido, lo más llamativo para mi fue la gran expectativa que se genera por ver las imágenes de quienes son los verdaderos protagonistas del Tinkunaco.
Dos procesiones distintas, salen simultáneamente de distintos puntos de la ciudad, para encontrarse en la Plaza 25 de Mayo, frente a la Casa de Gobierno a las 12 del mediodía en punto. Por un lado, desde la Catedral sale la imagen de San Nicolás de Bari, el patrono de La Rioja, transportada por quienes representan a los señores feudales españoles, los alféreces. Se escucha la música de la Banda de la Policía de la Provincia y comienzan los aplausos en la plaza. La gente rodea a San Nicolás con mucha alegría y respeto. Le rezan, quieren tocarlo y en muchos casos pude ver lágrimas en los rostros de los celebrantes. La emoción se siente cada vez más fuerte.
Empezó la verdadera celebración
Mientras tanto, a cien metros de la Plaza central, ocurre otro acontecimiento clave: la salida desde la Iglesia de San Francisco de Asís, de la imagen del llamado Niño Alcalde, o Niño Jesús. Quienes la trasladan son los Aillis, que representan a los diaguitas (los aborígenes de aquel entonces) liderados por el Inca. Escoltados por cientos de personas, recorren los escasos metros que separan a una imagen de la otra.
El reloj estaba a punto de marcar las 12. Siguiendo la imagen de San Nicolás me aproximé al frente de la Casa de Gobierno. El calor era infernal y como previendo que podía llegar a sentirme floja, una amable mujer sin emitir palabras, colocó en mi mano unos caramelos. Le agradecí y seguí escuchando atentamente las palabras de un locutor que hacía las veces de director de ceremonia. El momento se acercaba. Las imágenes ya estaban enfrentadas, listas para encontrarse. Entre la enorme cantidad de fotógrafos, promesantes, curas y policías, pude visualizar al gobernador de La Rioja, junto a otros representantes gubernamentales de la provincia.
Pero faltaba encontrar a otro protagonista fundamental de esta celebración. Es la imagen de Francisco Solano, aquel que en 1593 con el cantar de su violín, cautivó a los pobladores originarios y así logró frenar los enfrentamientos. Vi la imagen ubicada a un costado y escuché al locutor que pidió que todos nos pongamos de rodillas. Esto se repitió tres veces y es símbolo de sumisión y veneración ante el Niño Alcalde, quien será ahora la nueva autoridad en estas tierras. Finalmente el encuentro se produjo a las 12 en punto, cuando sonaron las campanadas de la Catedral y el Inca, en representación de los Aillis, recibió la llave de la ciudad por parte del intendente. Este gesto será de alguna manera retribuido, cuando el 3 de enero (fecha en la que realmente finaliza toda la celebración) el Niño Alcalde le da un ejemplar de la Biblia.
Todo se vivió con mucha alegría y emoción. Yo seguí al resto de los celebrantes, como una verdadera invitada, que apenas conoce las reglas. Se escucharon aplausos, música y todo se llenó de color y movimiento, cuando los promesantes batieron sus bastones arriba y abajo, como haciendo un llamado sagrado…como bailando.
Llegó entonces el momento del traslado hacia la Catedral
Las imágenes estarían en esta iglesia durantes 3 días, tiempo en el que la gente va a rezarles, tocarlas, pedirles y agradecerles. La procesión acompaña a San Nicolás, al Niño Alcalde y a Francisco Solano hasta el interior de la Catedral, llenos de algarabía y emoción. De repente escuché un canto algo raro. Le pregunto a un señor de qué se trata y dijo que es un canto en quechua y aimara que hacen los Aillis, frente a San Nicolás. No pude dejar de acercarme a las imágenes, tocarlas y sentir en primera persona la emoción que vive cada riojano al celebrar este encuentro. Me quedé dentro de la Catedral durante varios minutos, mientras la gente comenzaba a retirarse a sus hogares, donde debía continuar con los preparativos para recibir el 2015.
Misión cumplida. Pasé así mi primer Tinkunaco, mi primer encuentro con esta tradicional celebración, que me dejó encantada. Cada rincón del mundo tiene sus vueltas, sus particularidades y su cultura típica. Yo esta vez pude ser parte de una de ellas. El norte argentino definitivamente me sorprende cada día más y con más fuerza.