Todo arte es exorcismo. Yo pinto visiones y sueño, los sueños y visiones de mi tiempo. Pintar es el esfuerzo de producir orden en uno mismo.
Hay mucho caos, mucho caos en nuestros tiempos. Esas fueron las palabras de Otto Dix (1891-1969), pintor alemán que se volvería, junto a Geroge Gorsz y Max Beckmann el mayor representante en la pintura de la nueva objetividad (en alemán: Neue Sachlichkeit).
Dix fue quizás uno de los principales retratistas de la Alemania de Weimar, su profusa vida nocturna, su decadencia y el inevitable rumbo a una nueva guerra (la Segunda Guerra Mundial) a la que se dirigía Berlín de la mano del nazismo. Pero Dix es recordado por algo más. En estos días hace exactamente 100 años, el joven pintor alemán se acurrucaba en las trincheras del Marne, en Francia, a la espera de los bombardeos de la primera guerra mundial, la gran guerra.
Otto, que había mostrado interés en el expresionismo de Edvard Munch, se metió voluntariamente al conflicto internacional en 1915 y para el ´17 ya había tenido suficiente de una matanza que parecía no tener fin. Cuando finalmente llegó el armisticio y el tratado de Versalles, Dix decidió utilizar su talento para mostrarle al mundo lo que significó la guerra, para él y para quienes la padecieron en el frente.
Su obra más importante fueron los trípticos “Metrópolis” y “La Guerra”. El primero muestra en sus diferentes paneles una crítica feroz a la sociedad alemana que prefería ignorarlo todo lanzando grandes fiestas mientras afuera los veteranos morían de frio y hambre y las clases bajas hombreaban el despilfarro y las reparaciones de guerra.
“La Guerra”, por otro lado, fue descripto como “… tal vez la más poderosa y desagradable manifestación antibélica. Era la verdad, la verdad expresada hasta en los lugares más comunes y las experiencias más vulgares”. Una obra cruda y sin excusas, como lo fueron los bocetos de Goya para contar la invasión Francesa de España 100 años antes.
Sus pinturas se volvieron cada vez más políticas, irónicas. Había una advertencia en sus pinceladas como también las había en otras manifestaciones artísticas de la época. Pero nadie quiso escuchar. Los alemanes prefirieron seguir de fiesta en fiesta mientras compraban cada vez en mayor cantidad las mentiras de seda y trueno de un tal Adolf Hitler.
Cuando llegó la hora de los Nazis, muchas de sus obras fueron expuestas en la legendaria muestra “Arte degenerado” y luego destruidas. Dix prefirió el silencio en sus últimos años pero antes de morir de una embolia en 1969, dijo: “Tenía que saber, tenía que experimentar por mí mismo qué se siente que un hombre caiga muerto junto a ti por un balazo. Soy un realista, tengo que ver las cosas con mis propios ojos para saber que están ahí”.