Pitágoras sostenía que “preciso es encontrar lo infinitamente grande en lo infinitamente pequeño, para sentir la presencia de Dios”. Una semilla origina una vid y diez años después ―tras sumo cuidado y paciencia― comienza a dar sus frutos: racimos de uvas repletos de granos benditos.
Luego, el hombre, cuan artesano, procesa cada racimo y Dios hace el resto, nada menos que el prodigio de transformar algo que nació tan pequeño y evoluciona en un elixir, una exquisitez para mejorar nuestra existencia.
Con esos principios se edificó la portentosa carrera de Pedro Aznar. Y con esa esencia, en el último tiempo, se sumergió en la vitivinicultura con su flamante línea de Abremundos que lleva el nombre de “Octava”, mucho más que una referencia musical. “Octava” va desde lo artístico a lo matemático, se constituye en lo preciso, en la exactitud que debe tener el cuidado de cada racimo para que el milagro se consume, algo también pitagórico. Aznar (junto a su socio Marcelo Pelleriti) pensó en el célebre físico a la hora de nombrar a su nueva creación. Pitágoras, además de matemático, fue el primer músico teórico. En una etiqueta se lee que se trata de una “voz sedosa y cristalina”, de la “sensualidad que recuerda la riqueza de los registros graves” o de “la expresión de una virtud en su forma más elevada”.
Hablamos obviamente de Pedro, de ese buen vino y de muchas cosas más…de esas que de tan pequeñas se hacen gigantes. De letras que se inmortalizan y enormes canciones que tantísim@s llevan en el corazón.
-En las otras dos ocasiones cuando te entrevisté estabas inmerso en conciertos, ahora venís de hacer el Rex y estás a punto de seguir con una hermosa gira por el interior (por ejemplo, en Córdoba Capital el 1 de Agosto en espacio Quality y 29 de agosto en Teatro Provincial de Salta)…Es como que tu vida se ha nutrido de ese continuo contacto con el público, ¿Se puede decir que ese es uno de los grandes combustibles de tu existencia?
-¡Sin lugar a dudas! Viajar haciendo conciertos es una constante en mi vida desde que tengo dieciséis años. Un sábado sin tocar se siente como Navidad sin ¡pan dulce! (risas). La energía del público llega al escenario y se fusiona con la entrega del que está ahí arriba y hace un cóctel explosivo y embriagante. Se vuelve mucho más que una costumbre, es un modo de ser en el mundo, algo que atraviesa tu vida en muchos aspectos, que a la vez te nutre y lo exige todo, te construye y te demuele, te energiza y te drena. Un poco como el sexo.
-¿Cómo se fue gestando el armado de este nuevo show que a pesar de tu nutrida experiencia te exige una concentración extrema?
-El show 2015 es la contracara de “A la carta”, del año pasado, en que la gente había elegido sus canciones favoritas por internet. Este año elegimos el repertorio nosotros mismos, con canciones muy potentes y que, en muchos casos, también habían recibido muchísimos votos en 2014. Así que tiene un poco de pedido a la carta, y de “sugerencias del chef” (risas). Además estamos adelantando canciones nuevas que van a figurar en el próximo disco, que planeamos lanzar a comienzos de 2016. Voy haciendo, al igual que en otros años, dos giras simultáneas: una con la banda ―con el repertorio que te mencioné― y una de shows unipersonales. Salvo por una canción, los repertorios son completamente diferentes. Los homenajes a Luis (Spinetta) y a Gustavo (Cerati) los hago en el unipersonal.
-Me has contado que sos muy minucioso en revisar lo que vas a presentar y tratar de no repetirte ante el público. Sin embargo, más allá del factor sorpresa que proponés y es bienvenido, la gente te pide tus grandes éxitos y con ellos solos podrías hacer un concierto y nadie se quejaría…Quiero decir que podrías hacer la plancha e igual no defraudarías…
-No aburrirme es la mejor manera de estar tranquilo, de no estar aburriendo a los demás. Creo que la fidelidad del público que año a año nos viene a ver, y al que se va sumando cada vez más gente, tiene que ver con eso: saben que no voy a “hacer la plancha”, que pienso cada show como un viaje. Y como nadie quiere ir al mismo lugar a hacer exactamente las mismas cosas, cada año renuevo, como mínimo, un tercio del repertorio.
-Imagino que ante cada nuevo show pasarás desde la adrenalina hasta el éxtasis pero ¿Cómo es la previa de estos conciertos y el posterior disfrute?
-Es un poco como ir a los burros y que algún entrenador te pase ¡una fija que no puede fallar! (risas). Sabés que el recibimiento va a ser de brazos abiertos, pero al mismo tiempo, eso te exige que ofrezcas un concierto que conmueva, tenés que estar a la altura de ese amor. No tengo rituales que repita siempre antes de un show. A veces nos juntamos con algunos de los muchachos a meditar, otras me quedo jugando “scrabble” para darle a la cabeza algo en que entretenerse y no ponerme nervioso. O me sirvo una taza de té y me voy a conversar con los músicos sobre detalles del show que estamos por dar o sobre bueyes perdidos.
-Alguna vez te pregunté sobre cómo era tu ejercicio para despegarte emocionalmente en un show de estas características y me respondiste que al repasar tantas canciones no podés escapar de la emoción, ¿Qué te ocurre con las devoluciones de tus seguidor@s?
-El desafío para mí es emocionar (y también emocionarme) pero sin quebrarme al punto de no poder cantar. Las canciones convocan imágenes, y en el caso de obras propias, yo sé sobre qué o quién las escribí, y si no soy cuidadoso, puedo empezar a escarbar una emoción que estaba guardada y que se me venga encima. O en un mal día emocional relacionar todo lo que estoy cantando con alguna circunstancia personal actual que no tiene nada que ver con los motivos originales de las canciones. Hay que poder conectar sin torturarse. Es un equilibrio delicado, que cuando se logra, lo que estás cantando ― por duro que sea― puede volverse curativo, funcionar como una forma de exorcismo. En cuanto a las devoluciones que me hacen, es conmovedor saber que una canción pudo haber ayudado a alguien a salir de una relación tóxica, a valorar a la persona correcta, a procesar el duelo por un padre, un hijo, una pareja o un amigo, a amigarse con el dolor y entenderlo como parte indivisible de la vida y decidir no bajar los brazos. Ayer me decía un amigo con quien hablábamos, precisamente, de esto: es como un ritual “chamánico”. El chamán también bebe de la pócima, pero debe mantenerse sólido en el camino para poder guiar con su canto a los viajeros. Y en el proceso, él también aprende y cura sus heridas.
“El desafío para mí es emocionar (y también emocionarme) pero sin quebrarme al punto de no poder cantar.”
-En este 2015 te pasaron cosas maravillosas, una de ellas ocurrió en Cosquín donde disfrutaron de tu merecido lugar, ¿Cuál es tu resumen de tu paso por el Festival?
-¡Fue muy hermoso! Fue la segunda vez que hago un show completo como solista (el anterior fue en 2004) y la cuarta que piso ese escenario imponente, que ya desde su nombre, Atahualpa Yupanqui, te avisa que mejor que sepas lo que estás haciendo ahí (se ríe). Hicimos un repertorio íntegramente enfocado en la música de raíz latinoamericana, y nos fue muy bien. Las críticas elogiaron la apuesta por la calidad, sin estridencias que suelen abundar, lamentablemente, allí.
-Otra bisagra fue en Viña del Mar donde además de jurado te aplaudieron y celebraron el homenaje a Gustavo, ¿Esperabas tamaña repercusión?
-El homenaje fue tremendamente emocionante. Era muy difícil mantener el foco en la música ante lo conmocionante de hacer un dúo con él, desde el sonido y las pantallas, viendo a quince mil personas movidas hasta las lágrimas y sabiendo que había otros ciento treinta millones viéndolo en el mundo. Cuando bajé del escenario, mi coordinador de producción me lo mostró en su teléfono y, viéndolo ya desde afuera, la emoción me desbordó. Más tarde, esa misma noche, hicimos nuestro show completo, y fue un momento de consolidación del cariño mutuo que nos une con el público de Chile, que esa noche también se amplificó en muchos otros países de Latinoamérica. El impacto fue muy grande y alcanzó a Argentina también.
-Para nosotros también fue un orgullo que estuvieras en Lollapalooza…
-Fue una gran alegría ser convocado para un festival de semejante relieve internacional. Me sentí honrado y muy estimulado a hacer un show bien potente. La gente vibró y la crítica y los comentarios fueron buenísimos. Quedé muy satisfecho con la experiencia.
-Con otros tantos artistas reconocidos de diversos géneros te une una profunda amistad, pero en el último tiempo se dieron el gusto de compartir escenarios con el Nano Serrat, ¿Qué has rescatado de esas vivencias y momentos compartidos?
-Joan es un caballero, un referente para todos los autores iberoamericanos, un ícono, y un tipo muy sencillo, amable y generoso. No había tenido el gusto de conocerlo personalmente hasta esta invitación para cantar juntos y para mí fue un tremendo honor como artista y un placer como persona. Tenemos en común, además, la pasión por el vino, no sólo como degustadores sino como productores. Le regalé una caja de mis vinos y me hizo unos comentarios muy elogiosos, desde un amplio conocimiento del rubro, desde luego.
-Ya que hablamos de tu vino, son tantas las coincidencias entre vos y tu “Abremundos” que las voy a poner en el comienzo de la nota, pero si tengo que marcar una diferencia, puedo convenir que son iguales de exquisitos pero el vino todavía no es tan popular como vos, ¿no?
-Puede ser… Lo que pasa es que yo le llevo a Abremundos cuarenta años de estar en el mercado (risas) Todo proyecto nuevo lleva tiempo comunicarlo y el vino que hacemos con mi socio, el enólogo mendocino Marcelo Pelleriti, es de alta gama. Va encontrando su lugar sin prisa pero sin pausa. Son vinos con potencial para guardar diez, veinte ó treinta años, y que a la vez están impecables para disfrutar ahora mismo. Mucha gente me ha comentado que compra siempre por partida doble: algunas botellas para ya mismo, y otras para disfrutarlas en unos años más, cuando el tiempo les haya aportado más magia todavía. Estamos exportando con mucho éxito a Estados Unidos, Brasil y Chile y hemos obtenido puntajes excelentes de los más prestigiosos críticos internacionales, entre los 93 y los 99 puntos sobre 100. Lanzamos cuatro tintos y en breve sumaremos un blanco Chardonnay-Torrontés, una grapa de orujos de Chardonnay y un aceite de oliva virgen extra.
-No dejemos de lado otra de tus pasiones extra musicales, ¿La fotografía te llegó para quedarse?
-Mi primera muestra como fotógrafo: “Tú eres eso” se estrenó en el Centro Cultural Recoleta en junio de 2014 y desde entonces ha estado itinerando por el país. Ya se mostró en Neuquén, Bariloche, San Martín de los Andes y en julio va a estar expuesta en Mendoza. Es una disciplina que me apasiona, y que pienso seguir ahondando.
-Todas estas actividades fertilizan lo musical y viceversa, pero ¿Cuánto han contribuido a lo creativo tus nuevos emprendimientos que, por otra parte, individualmente también tienen como esencia la originalidad?
-Todo está conectado y la búsqueda es siempre la misma: emocionar, inspirar, entusiasmar y comunicarle una visión al que escucha, contempla, lee o degusta. Cuando uno se encuentra con un vino, una música, una foto o un libro que te amplía la perspectiva o te cambia la vida, suele exclamar “es una obra de arte”. Se usa la misma frase para las cuatro disciplinas y en ese uso hay mucha sabiduría. En el fondo, es todo poesía.
“La palabra virtuoso, en relación a un artista, está asociada a alguien con impecable desempeño técnico, alguien que domina su métier con extraordinaria solvencia.”
-Podría ser ese el título de la nota así no gasto ese del que te definió como “un virtuoso para todos”. Si tenemos que resumir tu presente ahora, ¿Cuál sería la mejor definición?
-La palabra virtuoso, en relación a un artista, está asociada a alguien con impecable desempeño técnico, alguien que domina su métier con extraordinaria solvencia. Y suele implicar algo de arrogancia y un cierto gusto por un atletismo hueco. Ahora, cuando se la usa para destacar a una persona, se le dice virtuoso a alguien que tiene altos valores y código de conducta, que cultiva lo mejor de sí y lo da como ofrenda al mundo. Prefiero lo segundo que lo primero. Pero también hay una pregunta que es crucial, en cuanto a esto: “¿Qué preferís? ¿Qué te admiren o qué te quieran?”.
Hoy prefiero, toda la vida, que me quieran.
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