Adiós a Maradona, el dios humano

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Por si acaso el 2020 necesitaba algún gesto más para rubricar su influencia nefasta, será también el año en que la leyenda de Diego Armando Maradona se volvió eterna. Diego el hombre, deja solo al icono popular con el convivió 60 años y es ahora símbolo puro.

Para todos los que nacimos alrededor de 1986 y la gesta increíble del Mundial de México, Diego Maradona fue siempre una figura presente en la vida popular de Argentina. Bastaban un par de meses para enterarnos de algún suceso que ocurría alrededor de su vida, siempre había alguna polémica, alguna desventura, alguna pelea, algún bardo. Desde la magia desparramada por Europa al llanto en Italia, al entrenamiento para USA 94, al doping, al beso con Caniggia, a la pelota no se mancha, a la sobredosis, a su periplo por Cuba, a la Noche del Diez, a sus problemas familiares, a LTA, al DT de la Selección, a sus problemas familiares, a los memes, a este día gris de noviembre del 2020. Diego estuvo siempre presente en la cultura nacional.

Parecía, como dice el mural que le dedicaron en Nápoles, seguramente el segundo centro de veneración a Maradona, un “Dios Umano” (mezclando el español y el italiano), una deidad que representaba la argentinidad en lo más y lo menos. Una deidad que como el Baco romano, no reinaba desde las lejanas alturas sino desde las mismísimas calles, en una gran caravana de humanidad a la altura de la gente, de sus fieles. Un ser capaz de lograr lo increíble y sin embargo con los problemas de cualquier mortal.

¿Cómo vamos a recordar a Diego Maradona ahora que ha muerto? ¿Esa humanidad que lo hacía tan especial, tan nuestro, tan fallido, se ha ido con su cuerpo? ¿O vamos a crear una veneración pulcra y pía por esos goles que parecían mentira y esas copas y scudettos que nadie le daba por ganado?

Yo quiero creer que el Maradona que empieza a existir a partir de ahora, esa leyenda, no va a dejar de ser el humano lleno de excesos, calentura y pasión. Diego nunca permitió que los laureles que supo conseguir lo alejasen del contacto con la gente. Él era el hombre que invitaba a otro jugador a agarrarse a trompadas en Segurola y Habana o les informaba a los periodistas que tenían algo metido adentro. También entre los salmos por esa galopada infernal contra los ingleses, será justo mencionar sus caídas frente a la cocaína, su machismo irreductible y el abandono imperdonable de sus hijos.

No hay que temer. Sus momentos más crueles, más humanos, más débiles, no van a opacar el mito dorado del pibe que salió de la miseria más pura y dominó al mundo en la punta de sus pies. Vamos a seguir llorando esa copa dorada en México y cada vez que veamos sus tiros libres milimétricos se nos va a poner la piel de gallina. Y, por supuesto, nos vamos a sentir orgullosos de ser argentinos porque Maradona fue argentino. Porque fue argentino el chico que delante de una cámara soñó la gloria y luego tuvo el talento y la voluntad para ir a encontrarla.

Maradona nunca pidió perdón por nada de lo que hizo, no vayamos a cometer las estupidez de pedir perdón por él. Fue lo que fue y hay que bancársela porque es lo que haría él. Diego Armando Maradona fue argentino de pieza a cabeza, de principio a fin, hasta el amor más grande, hasta el odio más visceral. Merece una reflexión, claro que sí, para aprender, para mejorar; pero nunca jamás para negar u olvidar.

Como Hércules, Maradona entra al mito con lo bueno y lo malo. Me gusta creer que si debe reinar sobre algo, este D10s será el patrono de la astucia criolla, de la frase filosa, de los talentosos que se enfrentan a la miseria, de la alegría interminable, de los excesos desenfrenados. El Diego, un dios humano, argentino y terrenal. Simplemente, el más grande.

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