Desde hace años es uno de los galanes del espectáculo nacional. Ganó cuatro Martin Fierros a mejor actor y hoy despunta su vicio en teatro con su obra “En el aire”.
En esta nota, sus pasiones, su historia y el amor por su familia.
La leyenda cuenta que ese joven que peleó por su vida en su adolescencia tras sufrir una grave enfermedad, estuvo tocando el saxo en una neurálgica estación de subte de la Ciudad de Buenos Aires durante once meses, sin necesidad económica y sí por una intención personal de vivir de su arte. Estudió teatro, dibujo y probó suerte en la televisión, hasta llegar a su primer protagónico con “Muñeca Brava” junto a Natalia Oreiro, convirtiéndose rápidamente en uno de los pilares de las telenovelas argentinas. Triunfó en el exterior, allá en Rusia, Israel y demás países de Oriente, donde nuestros héroes se convierten en ídolos, pero siguió creciendo en nuestra tierra con historias como “Yago”, “Padre Coraje” y “Sos mi vida”. Sin embargo, cada tanto necesita “respirar” –como él dice– y cambia de chip inmediatamente, con alguna expedición extrema como ir a escalar, tirarse en paracaídas, parapente o lo que sea que le haga hervir la sangre. En el 2012 su necesidad fue artística y tras algunos sinsabores con series que no funcionaron, puso en cartel “En el aire”, una obra a su medida. Una joyita teatral que evidencia sus pasiones, su alma y sus nervios más profundos. Quien lo vea en escena, difícilmente se pueda olvidar de Marcos, el conductor radial de trasnoche, al que le da vida cuando el Pulpo, su operador, le da aire de estudio.
“Esta obra no permite engaño (se emociona al responder). El único engaño implícito es que la historia que ocurre sobre el escenario es ficticia. Pero su idea no permite que yo actúe y me la saque de encima. Primero que si lo hago merecería un escupitajo y segundo que se notaría”, cuenta.
-Cuando veía la obra me decía que era una obra ideal para vos y no por el tema que toca, sino por la personalidad del protagonista…
-Es que es así. En el 2012 la estaba pasando mal. Me faltaba el aire. Lo llamé a Javier Faroni y le pedí tomar un café. Estaba tirando manotazos de ahogado para todos lados. Quería hacer teatro, estar solo en un escenario. Me animaba pero sabía que la obra aún no estaba escrita. Le pedí un autor y director y si era la misma persona, mucho mejor. Me propuso a Manuel González Gil y le dije que no me animaba a tanto. Lo llama, me junto con él y me dice que se estaba por ir a México pero que por mí lo postergaba. No podía creerlo. Al día siguiente fui a la casa y me estaba esperando junto al músico Martín Bianchedi. Tuvimos una charla y recuerdo que les dije: “Quiero hacer una obra de teatro, hacerla con toda mi alma. Me va la vida, pero no sé por qué se me va la vida”.
-Decirlo ya te emociona…
-Y sí. Porque fue algo que necesitaba mucho. Empezamos al día siguiente y ocurrió algo impresionante. Fue como un taller de teatro de primer año de cualquier escuela. Íbamos improvisando, sabiendo que íbamos a hablar de eso, de aquello y apareció el teatro Ana Muller y el Pulpo. En dos meses una obra que está lista para pasarla, a nosotros nos llevó cuatro; pero la terminamos y ya estaba redonda porque la habíamos armado entre nosotros (sonríe).
-¿Nada de la obra existía de antemano?
-No existía Marcos, no existía nada. Todo fue una creación en conjunto. Quién hizo la letra y quién hizo la música, no lo sabemos. Porque yo no sé componer música pero te juro que yo hice la música (sonríe). Y el final es un postre. Se juega mucho con las velocidades. Porque la vida es una coma, una partícula de nada. Y la obra juega con eso, con el tiempo que se logra detener.
-Esas charlas telefónicas en el medio del programa de radio nos pasa a todos…
-Es que es así. Es la vida. Te puteaste con la madre de tu hijo, con tu hijo mismo, pero es eso. Solo discusiones. Discutiste pero te aman. El jugar con el tiempo (se entusiasma), el rememorar, el contar lo que pasó en ese teatro. “Tiralo a la mierda pero sabé que ahí hubo mucha vida”.
-El final impacta en serio…
-Es un final inesperado que la gente no puede creer, como yo tampoco. Si faltaba un poco más, ahí está: un póster viviente. Y uno se va con todo eso y cuando dormís, en la intimidad de tu sábana, tu almohada, tranquilo; pensás en la obra. Porque todo lo que viví fueron disparadores preciosos que me acarician, que me motivan a reflexionar sobre muchas más cosas. Tengo la suerte de ser parte de eso. Me siento inmensamente feliz.
-¿Te devolvió la alegría?
-Totalmente. Porque creamos una obra de teatro que nos representa cien por cien y que fue pensada para no detenerse nunca más. Arrancar, parar, volver dos meses después. Y en este momento pegamos todo junto, porque estamos en Calle Corrientes, en una hermosa sala como la del Tabarís; justo donde queríamos, a hacer lo que queríamos. Somos tres, que nos juntamos a disfrutar de una obra que la gente también disfruta. Desde el escenario los veo, me doy cuenta que están atrapados con la historia de este loco. El que me conoce, se da cuenta que esta obra me alegra. Y es más, te digo que ni me acuerdo porque me costaba respirar.
-Tenés un público ecléctico, el que te ama de la tele y el que va al teatro a que le cuenten historias siempre distintas.
-Sí, pero ojo, que el que no va al teatro tiene la misma sensibilidad que el que va siempre. Y cautivarlos a todos con esta pequeña e inmensa obra, es increíble. Y traer a gente a nuevas experiencias, da orgullo y compromiso.
-Utilizás el mismo saxo con que el tocaste hace más de veinte años en el subte…
-Exacto. Yo digo que si tenés la capacidad de vivir las cosas de forma lúdica y tenés memoria y elegís ser un tipo memorioso, con la bendición y toda la maldición que lleva ser memorioso, vivís la vida de forma más pasional. Porque veo ese saxo que compré cuando tenía diecinueve años y me doy cuenta que había canciones que no podía tocar porque me quedaban grandes y hoy sólo con el oído, me tiro a tocarlas de una. Es precioso (se emociona). Antes eras una hoja en blanco y hoy estoy en Calle Corrientes haciendo lo que me da felicidad.
-¿Por qué tocabas el saxo en el subte?
-Porque me había quedado sin trabajo. Había ido a una agencia de búsqueda de empleo y como yo sabía inglés, me dijeron que no aplicaba para el nivel de ellos. Que estaba por encima. Y yo quería trabajar. Y no porque me faltara algo porque mi familia estaba muy bien. Esto fue en el 92. Una tarde me tomé el subte y bajé en Corrientes y Callao y escucho un saxo. Yo venía con el mío al hombro y te aseguro que lo que escuchaba me parecía increíble. El tipo me invita a tocar con él y cuando me hubiese ido corriendo porque yo era extremadamente tímido, acepté y nos pusimos a tocar. Terminamos y me da la mitad de las monedas. Le dije que no y me dijo que era mío porque había tocado con él. Y me di cuenta de que eso era un trabajo. Que al finalizar varias horas tenía mi sueldo ahí en un sombrero. Y me fui a buscar mi estación. Yo vivía con mi familia en una casa de clase media acomodada, mi viejo abogado, pero yo ya tenía mi trabajo (sonríe).
-Imagino que debés tener muchas anécdotas de esa época.
-Muchas no, tengo setenta y siete millones (se ríe). Y de ahí salieron otros trabajos como tocar en el restaurante Camila en Santa Fe y Pueyrredón, ir a la radio con Derek López a tocar en la Rock & Pop. Mi mamá sabía y mi papá se enteró un día porque un amigo suyo le dijo: “Jorge, puede ser que haya visto a tu hijo tocar el saxo en el subte”, “No, no puede ser” respondió él. Y vino a hablar conmigo para decirme que no necesitaba hacer eso, que en casa tenía todo, pero yo quería hacer eso. Y me dio un panfleto de una escuela de música, pero yo no quería aprender a leer y escribir música, sino tocar. Me entendieron y me acompañaron los dos.
-¿Tus sueños cuáles eran?
-Yo no podía creer estar vivo. Entonces desde esa base, todo era un sueño. Quería dibujar, tocar y actuar. Pero todos eran sueños porque no los sentía posible. Lo que imaginaba era tan factible como ser astronauta. Pero al cabo de un tiempo, dibujaba con mi propio estilo, tocaba con mi propio sonido y actuaba con mi propia pincelada. Por ejemplo, “Poder se puede” y ahora “En el aire”, son obras con la misma pincelada. Ya probé hacer obras con pinceladas que no me representaban y no la pasé bien.
-¿Por ejemplo?
-Me pasó en “Codicia”, con un elenco formidable, con un director amigo y genio como Marcelo Cosentino, con un maravilloso autor como David Mamet pero la obra era una mierda, porque no me representaba el libro. “¿La gente pagó para venir a ver esta mierda?” me preguntaba. “Escrita por este maestro que en lugar de escribir algo maravilloso con su pluma mágica, escribió esto y Cosentino que en lugar de dirigir algo precioso, dirige esta mierda que la actúo Al Pacino y Ed Harris en cine”? Y vi la película y es una mierda magistral, una mierda admirable (risas). Todos número uno. Pero hasta los números uno también te puede vender una cagada.
-¿Te ibas triste de la función?
-No, me iba con la sensación del deber absolutamente cumplido. Muy contento, la gente aplaudía de pie y yo tenía la satisfacción de haberlos divertido un rato. Me iba igual de traspirado que con “En el aire”, pero simplemente no me representaba.
-Uno ve que tenés una familia hermosa, el trabajo soñado, el cariño de la gente y después te vemos en el Aconcagua poniendo en riesgo todo… ¿Por qué?
-Porque quería poner la bandera de “Donar sangre salva vidas” en la cima del mundo, que al final se hizo pero sin mí. Por otro lado, entiendo que hay gente que con su moto le pasa a cuatro centímetros a cada auto para llevar un sobre con una carta que dice “Feliz cumpleaños mi amor” por cuatro mil pesos por mes, que encima no le alcanza para vivir. Eso es más extremo para mí que yo ir a surfear, tirarme en paracaídas con otro de emergencia o escalar el Aconcagua con todas las normas de seguridad que existen. De golpe me falta el aire y no puedo pensar en otra cosa que no sea bucear, surfear o escalar. Tengo la suerte de tener una mujer que le gusta lo mismo y combinamos. Ir al Cerro Tronador no tiene nada de extremo. Te vas a Bariloche, hacés una excursión y listo. Pero para mí es como ir hasta el cielo, sentarme, hacer análisis con Dios y bajar absolutamente nuevo (sonríe).
Tengo la suerte de ser parte de eso. Me siento inmensamente feliz.
-Para el mundo sos un tipazo, pero el periodismo insiste en mostrarte como un malo solapado…
-Será porque no tienen nada que hacer y viven de eso. Porque no saben preguntar. Si me preguntan, yo les cuento todas las maldades que hice a lo largo de mi vida y lo más detestable de mi ser. Yo no soy un bueno explícito porque me parieron bueno. Ser lo mejor posible es un esfuerzo constante de cada día y una elección. Yo podría tener una buena nota con vos o contestarte cuatro preguntas y decirte ya está, me tengo que ir. Y vos te vas con la nota igual. Pero no me parece que corresponda. Estuve una hora hablando con tu colega antes y ahora con vos y estoy contento de hacerlo y eso no me hace buena persona, sí me hace coherente.
-Yo viví una conversación entre dos periodistas donde querían demostrar que el conflictivo de “Farsantes” eras vos…
-Porque necesitan generar su trabajo. No me hago cargo. Hablar de la donación de sangre no me hace buena persona, pero es algo que me toca personalmente y por eso lo difundo. Tengo las miserias y las grandezas de cualquier ser humano. En algún momento alguien dijo que yo era el bueno y se instaló como una de las grandes pelotudeces del ambiente. El año pasado me bajé tres veces del auto a putearme. No me hago el bueno ni lo quiero demostrar. Actúo en consecuencia con mi forma de ser. Actúo sin dañar. En mi intención no está dañar, aunque tal vez pueda suceder. Prefiero darte un abrazo a una patada y formas de pegar patadas hay miles, pero la del abrazo una sola y la prefiero.
-¿En qué te cambió tu familia?
-En todo. Lo que antes me pasaba por el costado, ahora me toca directamente. En el arco que antes no pasaba una pelota, ahora mide siete metros más para cada lado y dos más para arriba y me pregunto cómo hago para cuidar todo esto. Pero soy el tipo más feliz del mundo y es inexplicable porque en la puta vida sentí tanta felicidad. Y me habían gustado todas las mujeres habidas y por haber, de todo tipo, color y forma, pero encontré a María y me digo “acá me quedo para siempre”. Y encima es la madre de mis hijos. Si me falta, me vuelvo loco.
-Antes de venir, me tomé un café en Mc Donald´s y me dije: “Acá Arana no puede venir ni loco porque la pasaría muy mal”.
-No, pero sí vamos al AutoMac o van ellos con la abuela. Cada uno tiene su normalidad. Es cierto, no los puedo llevar a Mc Donald´s pero los puedo llevar a Ecuador a surfear. No los llevo a un shopping pero hay doscientas millones de cosas que tampoco puedo hacer con ellos. “No puedo llevarlos a una nube a sentarnos porque ninguno de nosotros vuela, qué bajón”. No, no es así la vida. Si me pongo en eso, todos seríamos frustrados.
Porque la vida es una coma, una partícula de nada.
-Absolutamente cierto.
-Mirá, ellos tienen tres patos, uno de los cuales camina medio chueco y se arrastra. Cuatro gallinas e incontables pollitos y muchos conejos. Tienen felicidad, no podemos ir a Mc Donald´s, pero si podemos ir a comer afuera. Y me saco fotos y cuando alguno de ellos me pregunta por qué la gente quiere una foto conmigo, me agacho y le digo “porque soy tu papá”.
Agradecimientos: Morena López Blanco