Todo lo imaginado puede ser superado ampliamente. La magia de nuestra mente nos permite soñar, volar y viajar construyendo experiencias anheladas.
Pero cuando la realidad se presenta, cuando el momento soñado llega, las expectativas son el termómetro que nos marcarán cuán cerca o cuán lejos estamos de aquella construcción mental. Los geniales documentales que reflejan maravillosamente el mundo natural, sus especies y mejores paisajes, nos acercan de forma considerable a lugares que tal vez, nunca lleguemos a conocer en vivo. Pero cuando la vida nos regala ese momento y la naturaleza nos abraza y cobija, haciéndonos formar parte de ella, podemos entender y vivenciar que todo lo que alguna vez imaginamos puede ser superado generosamente.
Respirar Península Valdés es respirar vida. Es una pausa en la rutina, que te acaricia y acomoda. No hay desconexión sensorial ni ruido interno que puedan impedir vivir el exquisito placer que genera recorrer semejante paraíso, que no por nada, fue declarado Patrimonio Universal por la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura). Esta península de 3625 km2, está ubicada sobre le mar Argentino, en la provincia de Chubut, a 77 km de la ciudad de Puerto Madryn. Cada año miles de turistas llegan a estas tierras para disfrutar del paisaje y deleitarse con la flora y fauna que embelezan cada rincón de la estepa patagónica. Las posibilidades turísticas son diversas, siendo la opción preferida el avistaje de ballenas en Puerto Pirámides, aunque también se destacan la práctica de buceo, las cabalgatas, el recorrido desde el mar en kayak y muchas otras formas de disfrutar de la península.
Pero centrémonos en Puerto Pirámides, que se transforma cada año en el hogar elegido de más de mil ejemplares de la ballena franca austral. Tal vez se le deba el inicio de la actividad turística en esta zona, al oficial naval francés Jacques Yves Cousteau, que en 1972 a bordo del buque Calypso, mientras estudiaba la vida submarina de la península, determinó que hasta allí llegaban las ballenas para aparearse y tener crías, lo que despertó el interés de varios turistas y dio lugar a los primeros avistajes. La ballena franca austral es la protagonista principal de estas aguas, que cada año desde mayo a diciembre, colman las costas de los golfos San José y Nuevo. Estos avistajes son la invitación ideal para verlas desenvolverse en su hábitat natural.
Son inmensas. Son eternas. Miden alrededor de 15 metros siendo las hembras más largas que los machos. Pesan entre 40 y 60 toneladas. Sí. Son inmensas. Sus movimientos son lentos y cuando visualizan la embarcación (los avistajes turísticos se realizan en gomones semirígidos de gran porte) se van aproximando a esta, de manera paulatina. Negras, imponentes, opulentas. Se acercan de a poco pero no tímidamente. Asoman su cabeza, que es enorme y llena de callosidades blancas y que le dan a cada una un tinte característico. De golpe, dejan ver sus colas, tan particulares y simbólicas. Las suben, dejando el resto del cuerpo sumergido de manera vertical y las mantienen elevadas por varios segundos, como saludando, como queriendo comunicarse e imponerse ante el mundo. Aquí estoy, parecen decir. La postal tantas veces vista, se transforma de repente en realidad pura. Soplan, salpican, capturan toda la atención. El silencio del mar es interrumpido por el ruido del típico viento patagónico y por ese soplido furioso, que puede dejar atónito a cualquier desprevenido, maravillado ante este generoso mamífero.
Son casi dos horas de ensueño. Algunas muy curiosas, pasan debajo de la embarcación y se asoman a un metro, despertando las ganas de tocarlas, de acariciarlas. Cuando están con sus crías se mantienen más retiradas, aunque nunca falta la que excepción a la regla. Son tan encantadoras y sociables que realizan un show completo ante los lentes fotográficos, cuando de improviso emergen a la superficie, saltando en el aire. Después de eso, la calma. Y uno que queda mudo. El flujo de emociones es imparable, porque el marco es grandilocuente y porque uno se siente tan frágil, tan mínimo.
Hay experiencias que pueden cambiar el punto de vista, el paradigma del mundo en el que uno vive o quiere vivir. El avistaje de ballenas es una de esas. Porque te sorprende, porque te hace sentir cerca del más allá. Porque te recuerda que somos naturaleza, que somos energía y magnificencia. Porque ellas te envuelven en la magia de su mundo, para que ya nada sea lo mismo en el tuyo.