Mujer del Mes | Silvina Corso: “El poder para lograr un mundo mejor, lo tiene la escuela”

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Foto: Juan Pablo Soler

Silvana Corso es distinta. Su vida la fue llevando por caminos únicos, donde los desafíos eran cada vez más grandes y los aprendizajes más profundos. Es una de esas tantas personas que se mantienen invisibles para las grandes masas, pero que dentro de su universo y comunidad, ejercen el rol de ángeles. Nació en la íntegra humildad de una familia pobre, donde nunca faltó el amor y la comunión absoluta.

Es directora de la Escuela Media Nº2 Rumania, y hace algunas semanas fue seleccionada entre las 50 mejores docentes del mundo para participar por el premio Global Teacher Prize, que reconoce la labor docente a nivel internacional. Su escuela se caracteriza por ser totalmente inclusiva, admitiendo entre el alumnado a niños con distintas patologías o trastornos. Fue Catalina, su hija nacida con parálisis cerebral, el puntapié de esta historia. Por su fuerza, tenacidad, compasión y grandeza. Porque supo ser resiliente, y darle espacio al amor, entre tanto dolor personal. Porque entrega su vida a la educación, en plena conciencia del poder inmenso que un educador tiene en sus manos. Porque con eso alcanza y sobra para que sea nuestra Mujer del Mes, en esta edición super especial Nº100 de Revista Random.

“Nací en Capital Federal, en el barrio de Devoto. Soy la menor de cinco hermanos. Dos de ellos murieron de muy chiquitos, así que mis padres vivieron una historia parecida a la mía. Así que cuando nací yo fui la más mimada después de lo que pasó con mi hermanitos. Mi familia fue siempre muy humilde, mi mamá vino a Buenos Aires desde Jujuy a trabajar en casa de familia, cama adentro, con sólo 15 años. Y mi papá es de Devoto. Mamá nunca pudo ir a la escuela y mi papá sólo hizo la primaria. Ellos fueron maravillosos, siempre fuimos una familia muy unida. Tuve una infancia muy feliz a pesar de ser muy pobres. Yo conocí recién el agua caliente de cañerías cuando yo tenía 22 años. Hervíamos el agua en ollas y con el mismo calentador del agua, calentábamos el ambiente. En invierno me acuerdo que mi mamá calentaba los ladrillitos para poder tener a cama calentita. Pero siempre nos cuidaron mucho y estuvieron muy presentes. Disfruté mucho mi infancia, salvo la escuela, el resto lo disfrutaba muchísimo”.

Ahí mismo empezó lo que le cambiaría el punto de vista y le traería una primera misión a su vida. Fue catalogada por la comunidad educativa como una alumna con Trastornos del Aprendizaje, lo que la marcó para siempre.

“Recuerdo el momento de ir a la escuela como el momento de llanto, porque no quería ir. Ya desde primer grado marcaban que yo era lenta para aprender. De hecho mi maestra me decía tortuguita. Pero yo era tortuguita porque cada vez que me hacía pasar al pizarrón, sufría tanto que no quería llegar, tenía pánico por pasar papelón frente a los maestros y mis compañeros. Por eso mis pasos hacia el frente eran lentos porque yo esperaba que toque el timbre, o que algo me salve para evitar ese momento tan feo para mi. Cuando llegué a sexto grado, le dicen a mi mamá que ellos habían hecho todo lo que podían hacer, que yo no aprendía, que habían decidido que yo no repitiera, pero porque consideraban que yo no iba a aprender, entonces que ni siquiera valía la pena hacerme repetir. Me dejaban pasar a séptimo, grado en el que no te hacían repetir normalmente, para que pudiera tener el título de la primaria, que era el único obligatorio en aquel entonces. Le recomendaron a mi mamá que no se hiciera ilusiones conmigo y que me mandaran a aprender algún oficio, como corte y confección, cocina, las tareas que antes estaban sólo designadas para la mujer”

Foto: Juan Pablo Soler
Foto: Juan Pablo Soler

-¿Cómo reaccionaron tus papás frente a esto?

-Cada uno lo tomó de forma distinta. Hice séptimo grado a los ponchazos y me anotaron en corte y confección. Mi papá tomó la postura en la que pensaba que no había nada que perder, si me mandaban igual a seguir estudiando. Y mi mamá, tal vez por no haber podido estudiar ella, realmente creía en lo que las maestras le decían y lo tomaba como única verdad. Cierro los ojos y vuelvo a ver cómo lloró mi mamá en ese momento. Mis hermanos tampoco habían estudiado, y frente a esta noticia, se acabaron las ilusiones de que alguno de sus hijos estudiara y tuviera un título importante.

-Me imagino que para vos debe haber sido muy difícil también.

-Yo me sentía re mal. Me mandaron a corte y confección con señoras re grandes, yo era la única nena. Me sentía una fracasada, me había asumido así y me plantaba frente a todos así. Culturalmente era una fracasada. Tuve que soportar las burlas. Yo me sentía como Palmiro Caballasca, en la novela de ese entonces, Señorita Maestra. Él decía “me hirve la cabeza” y a mi realmente me pasaba eso también. Todos me señalaban o cuando me llamaban a dar un oral me miraban como diciendo “que vas a poder hacer vos”. Realmente sufrí mucho. Estos días que estoy contando mucho estos momentos, se me remueve todo y se me llenan los ojos de lágrimas al recordarlo.

-¿Cómo fue que empezaste a revertir este tema y poder superarlo?

-Mi papá me anotó en una escuela parroquial. Mi hermano mayor había ido ahí, y de golpe dejó porque no quería seguir, era re vago. Y a mi papá le llamó la atención que las maestras se comunicaron con mis papás y los citaron, preocupados por la situación de mi hermano. Ese gesto le dio indicios de que podía ser una buena escuela, ya que muchas otras donde habían ido mis hermanos, jamás habían tenido una actitud así. Entonces empecé el secundario ahí, y rápidamente me adapté. Los profesores se preocupaban por los alumnos y además de enseñarte el contenido, te enseñaban a entender y a estudiar su materia. Me empezó a ir super bien y no tuve más problemas. Eran docentes que trabajaban muy bien.

-¿En qué momento decidiste que querías estudiar para ser docente?

-Fue en tercer año más o menos. Yo me di cuenta que quería ser como esos profes. Hubo una gran profesora de Historia que yo amaba, porque enseñaba con tanta pasión que me hizo amar la historia y ahí decidí que iba a seguir los pasos de ella. Entré entonces al profesorado, pensando en que quería enseñar y trabajar más sobre lo metolológico, tal como me habían enseñado a mi. Yo hasta ese momento sólo quería eso, ayudar y descubrir a chicos que pasaban lo mismo que yo había pasado en el aula.

Foto: Juan Pablo Soler
Foto: Juan Pablo Soler

La vocación de Silvana fue entonces un producto claro de su propia historia. Estudió el profesorado, y antes de recibirse ya estaba trabajando. Pero la vida siempre trae nuevas aventuras, desafíos y largos caminos de aprendizaje por recorrer. Así fue que llegó a su vida, su primera hija. Catalina nació con parálisis cerebral y ya nada volvería a ser como antes. La vida le regalaba una nueva realidad, a partir de la cuál debería reconstruirse y forjar a una nueva Silvana.


“Cata nace cuando yo tenía 29 años. Así que hacía casi una década que ejercía la docencia. Cuando llegó Cata a nuestras vidas nos rompió la cabeza, nos rompió todos los esquemas. Me cambió el mundo, me tuve que volver a acomodar. Me di cuenta que no sabía nada de la vida. Me pasaron todas las cosas que pasan, primero cuando tenés un hijo, con todo lo que significa y segundo cuando todo cambia drásticamente al tener un hijo con discapacidad. Es como un baldazo de agua fría y te quedan dos opciones: o reaccionás o te quedás. Primero fue acomodar mi vida a ella, después darte cuenta que uno tenía que aprender a vivir con ella y no para ella, porque si no, no tenía vida ni yo ni ella. Sobretodo con Cata lo que aprendí fue el poder de una escuela, como institución. Al principio todo fue relacionarme con la medicina, porque su cuadro de salud fue siempre muy complejo y por eso murió chiquitita, a los 9 años. Vivíamos en los consultorios médicos. Y hubo un punto en el que me di cuenta que no me relacionaba con ella, si no era a través de buscar estimularla desde lo médico. Yo era alguien más dentro del grupo de especialistas que la trataban.


-¿Faltaba esa conexión desde el vínculo puro de madre e hija, desde lo humano?

-Claro, yo me daba cuenta que las otras mamás salían a pasear con sus hijas y que yo no salía a ningún lado. O que no nos encontrábamos con nuestros familiares para no ponerlos incómodos o ponerme incómoda yo con todo lo que requería cuidarla a Cata, por ejemplo para darle de comer. Había muchas cosas que había perdido y eso no estaba bueno ni para ella, ni para nosotros. Y cuando empecé a tratar de salir con Cata, me encontré con una sociedad muy indiferente, pero no por querer discriminar. Yo viví una sociedad que no quería incomodarme. Por falta de información, por no saber cómo tratar, por no habilitar la pregunta. Íbamos a la plaza y las mamás alejaban a sus hijos, pero claramente no era que no quisieran acercarse a Cata, sino que no quería incomodarme a mi. Y yo esperaba que se acercaran y no me incomodaban. Quería explicarles y listo. Entonces pensaba, ¿dónde va a ver chicos Cata? Porque en las salas de espera estaban todos en la misma que ella. En jardines terapéuticos descubrí que había un montón de chicos como Cata, que yo no veía en la calle. Pero que eran salas donde había no más de 4 chicos en las mismas condiciones. Cata no hablaba, no escuchaba, no se movía. E iba estar con 3 chicos iguales a ella. ¿Qué podían hacer juntos? Entonces ahí empecé a entender que esos chicos necesitan tener al lado, chicos que les salten, les jueguen, les griten, los muerdan, todas las cosas que hacen en el jardín. Ahí decidimos mandarla a un jardín común.

-¿Cómo fue esa búsqueda? Porque justamente no es muy usual que existan instituciones educativas, donde todos los chicos sean bienvenidos más allá de su condición.

-Fue bastante difícil, pero finalmente llegué a un jardín que aceptó a Cata. Y eso fue un antes y un después en nuestra vida. El jardín la devolvió a Cata a la sociedad y nosotros también volvimos. Descubrí ahí que los chicos no tienen prejuicios, que son amorosos, que si se les explica ellos entienden todo. Tienen esa cosa innata de ayudar al otro. Realmente fue ahí que empezamos a ver lo bien que le hacía socializar a Cata. Ella se comunicaba con todos, a su manera y todos la entendían.

Así fue como nuevamente fue su propia historia la que la impulsó a mejorarse. Se especializó en educación inclusiva y desde que tomó la dirección de la Escuela Media Nº2 Rumania, el el barrio de Villa Real, brega por una educación donde no existan diferencias, donde el aprendizaje se realice en conjunto, sin catalogar a la persona, ni separarlos por sus diferencias.


“Aprender sana. No es que te va a quitar la patología, pero sana el alma. Te devuelve la condición de persona. Hace que te nombren. Cuando uno tiene un hijo con discapacidad, te lo nombran por la patología que tiene el chico. Bueno, la escuela te devuelve el nombre. Y eso es grandioso. Que pregunten quién sos y no qué tenés. La escuela no sólo hace eso, sino que tiene además la gran misión de permitir cambiar la sociedad, para que tenga empatía con el otro, que sea inclusiva. La escuela marca y puede generar transformaciones. Si logramos tener escuelas donde las diferencias sea lo natural y ahí esté el valor de cada uno, tendríamos una sociedad inclusiva naturalmente. Porque los chicos lo vivirían desde que empiezan a socializar en la escuela. El poder para lograr un mundo mejor, lo tiene la escuela”.


El 14 de diciembre pasado, Silvana recibió la noticia de que había sido seleccionada entre 50 maestros del mundo, para participar por el Global Teacher Prize, premio internacional de la Fundación Varkey, que reconoce el trabajo docente, con un millón de dólares para quien sea seleccionado. Fue su marido quien la nominó para participar y la alegría fue inmensa. En Marzo se sabrá el nombre del ganador, pero Silvana siente que este reconocimiento ya es todo un logro inimaginable para ella.


“Lo que más me hace feliz de esta nominación, aparte de sentir que es un premio para toda la institución, es que le da voz e hizo que sean visibles muchísimos chicos que están fuera del sistema y que están esperando un lugar”.


¿Dónde creés que está Cata hoy?

Hoy Catalina vive en cada casa donde haya un chico con su condición. Con esta nominación me pasó algo raro. Me está cayendo la ficha de a poco. Los padres de chicos que atraviesan esto mismo, las asociaciones de padres que están luchando por sus hijos, asumieron a Cata como propia, por el hecho de que representa a sus hijos y a mi voz como su voz. Esta nominación es la posibilidad de que a través mío se difunda un tema que está muy invisibilizado. Por eso siento que Cata está en todos lados y que hoy está más viva que nunca. Esto es más grande que nosotros mismos.

Silvana Corso y su marido Agustín R. Sap escribieron un libro para contar la historia suya y la de su hija Catalina que fue lanzado en 2012. Se llama “La Que Tiene Fuerza” (significado del nombre Catalina). Lo regalan a padres y asociaciones o en las conferencias que dan. Podés descargarlo en formato pdf en: www.cataediciones.com.ar

 

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