Una de las tres historias que componen el largometraje documental: El Origen de las utopías.
“Al margen, los olvidados construyen, relegados cimentando legados; recursos humanos sembrando en tierra hostil. Débiles corajudos (…)”
Primero nos ubicamos geográficamente, algo que deberíamos haber hecho el profesor o quién escribe. Villa La Tela es un asentamiento de la ciudad de Córdoba, ubicado a metros de la ruta 20, camino a Carlos Paz en el ejido municipal. A fines de 2003, vientos de hasta 120 kilómetros por hora azotaron todo el sector sudoeste de la capital: especialmente la villa y los barrios Residencial San Roque y Ameghino, todos de familias de escasos recursos. La Tela posee 13 manzanas y tiene más de 14.000 habitantes, la mayoría son familias numerosas y están a cargo de mujeres solas. Tras esa catástrofe natural, se acercó al lugar un tal Walter Pollo Díaz que por entonces trabajaba en la gestión del ex intendente Luis Juez. Pollo (o Poio -en términos mediterráneos- de ahora en adelante la mayoría de las veces) cometió algo inusual en un funcionario: se arremangó y se puso a trabajar en ―literalmente―el barro. Lo primero fue la reconstrucción de las casas arrasadas por el tornado y edificación de un Centro Integrador Comunitario (CIC).
Poio tranquilamente pudo haber ocupado un asiento en la primera “Polémica en el Bar” de Fidel Pintos, Javier Portales o Adolfo García Grau y no desentonar. No obstante, su estereotipo es particular e indefinible, tiene la picaresca propia del humor cordobés que usa incluso en válvulas de escape en momentos incómodos, el tesón y la terquedad del que consuma los objetivos que se traza, y la valentía (o los huevos de la gallina de oro) para levantarse de la lona cada vez que haga falta. Si Roberto Fontanarrosa lo hubiera incluido en sus galanes apuntaría que es sordo como una tapia pero en ocasiones recupera la audición y logra escuchar detrás de las paredes, más que nada cuando hablan de él. Es experto en la imposición de apodos, excelso anfitrión de mesa larga con lugares disponibles para nuevos invitados y un talento natural para meter la pata. Eso sí, nunca saca los pies del plato. En 2009, y con la intención de promover actividades culturales que sacaran a los chicos del riesgo de la calle en La Tela, Poio y un grupo de colaboradores decidieron indagar sobre sus gustos y demandas. La mayoría optó por actividades deportivas e internet pero un grupo dio una respuesta que nadie esperaba: querían estudiar violín. Tal lo manifestado a un diario cordobés, Díaz “se contactó con una de las referentes y con ella se fueron a visitar a estos chicos que habían pedido estudiar música. Ellos nos contaron que de la escuela los habían llevado al Teatro General San Martín a escuchar un concierto y que de ahí les había quedado la idea”. A partir de eso, Díaz armó un proyecto que al principio se llamó Escuela de Violines. “En todos lados nos decían no sirve, no va a andar” hasta que su referente político lo apuró: ¡Te dicen que no! pero ¿Qué hacés vos por los chicos?”
―Nada, pero yo quiero hacer algo, porque si no hacemos nada es fácil, jamás nos vamos a equivocar― respondió el Poio y así consiguió sus primeros seis violines y al unísono a seis discípulos que empezaron a ensayar en mayo de 2013. En diciembre los chicos ya estaban dando el primer concierto en la Basílica de la Merced.
“…Al margen, las cuerdas tan poco cuerdas, brotan en tierra infértil ricos sin dinero…”
“Esto de la música es la mojarrita con la que me encanta pescar, la música es un puente en el cual trazamos lazos, construimos ciudadanía, los chicos se han ganado el respeto de toda la villa, ellos son el presente”, cuenta Díaz y agrega: “nos dimos cuenta que es para imitar y replicar la idea en otros barrios vulnerables”. Hoy Benjaminos, además de La Tela, está presente en las villas 2 de abril, Bajo Pueyrredón, Unión, San Roque, Martínez, Alberdi, Talita y del Libertador. Los primeros seis chicos recomendaron a otros y así se fue agrandando. El dinero no es moneda pero exigen una contraprestación de sus alumnos: deben hacer el secundario. “Hoy el 100% de los chicos que están acá asisten o han asistido en el caso de los que ya han pasado. Para la Villa el secundario es como una universidad, hay que reconstruir el entramado social que está destruido”, apunta Poio.
A la sede de Benjaminos se ingresa tras un breve rodeo por la calle Aviador Almonacid, cercana a la ruta 20 de la capital mediterránea. De repente se termina el asfalto y comienzan las calles de tierra. Una plaza con una canchita es la carta de presentación del barrio: la escultura de un gigantesco violín y el picado de fútbol continuo avisan que acá hay música y deportes, como guiñando un ojo. Atenti con los prejuicios, antes de sacar conclusiones hay que creer para ver. Esa mañana hay un ensayo general, han venido alumnos de las otras barriadas y los profesores practican en grupos reducidos, según sus instrumentos. Como las aulas quedan chicas, hay músicos desparramados por la calle, la vereda, en una casa enfrentada a la sede y un garaje de una vecina. Hay un pibito que está en su primera clase de trompeta con cara de “en dónde me metí”. Al rato, con un par de notas bajo el brazo sus expresiones lucen relajadas. El Poio va y viene trayendo cosas para el locro que se cocina en el interior: queso cremoso, pan, gaseosas, vasos y platos. En cada aparición bromea y un coro de bajitos lo llama gritando: Poio, poio, poiooooo… En esos instantes su incipiente sordera parece alcanzar la máxima expresión.
Algunos familiares observan el ensayo con esas miradas que tienen los padres cuando un hijo se recibe. “Mis hijos en el futuro tiempo van a ser profesores y ellos mismos traen a otros. Ellos están conversando en la esquinita o en algún lugar y dicen che venite y así se van sumando. Es una orquesta tremenda y suenan increíble, yo soy músico de cuarteto y cuando yo era chico no teníamos estas posibilidades, había que rebuscársela como sea. Soy muy agradecido de Dios y la Virgen por los hijos que me dio, encima el sueño que siempre tenía, que fueran músicos. Hoy los veo y es una sensación inexplicable, mis sueños ahora están realizados”, dice Fernando “el negro Came” Pedernera con lágrimas en los ojos. El Negro es el papá de Fianma y padrastro de Gastón, dos líderes naturales que tiene la sinfónica, no sólo porque son de los más antiguos y saben tocar varios instrumentos, sino por las pilas, el buen humor y la chispa que regalan a quienes los rodean.
“La primera vez que vine no me gustó porque me parecía aburrido (…) pero de a poco me fue gustando, aunque para algunos ensayos me dormía. Aprendí a tocar varios instrumentos y también tengo mi grupo de alumnas”, nos cuenta Fianma Pedernera con orgullo. Lleva un collar plateado con un detalle de un instrumento, habla con calma y naturalidad como si frente suyo no hubiera un par de cámaras que la están grabando. A pesar que la mayoría del tiempo se la pasa haciendo bromas o “chiveando” como suele decir, sus sentimientos también se expresan en sus ojos. Al recordar sus primeros pasos, de golpe se pone seria y expresa: “tenía un tío que falleció por diversas cosas que me enseñaba mucho de música y me decía ´yo te voy a ver a vos con algún instrumento´. Y eso es lo que me quedó, me gustaría que esté acá para decirle: mirá, estoy en una orquesta y estoy haciendo lo que vos me dijiste”.
Un punto de inflexión en Benjaminos fue la pérdida de una integrante del grupo. “El problema más difícil fue cuando falleció Naomi que se la llevó la puta enfermedad de la leucemia en tres días. Contra eso no se puede, eso caló hondo, la pregunta tras eso era seguir o quedarse. Y siempre seguimos como estamos, para adelante” dice Poio. En sintonía, para Gastón: “en algún momento pensamos en dejar todo pero justamente por ella decidimos seguir y demostrar que se puede a pesar de todo, del dolor, de que somos chicos de la villa. Quizás alguno piense que somos menos, pero a pesar de todo se puede”.
Fianma se emociona pero no se queda callada. “Naomi era muy dulce, era todo para nosotros porque era la que nos animaba, si nos veía mal nos decía arriba que se va a poder. Cuando alguien estaba nervioso decía soltá todo y si te sale mal no importa, la cosa es que vos lo hiciste. Cuando la veías te daban ganas de ir y hablarle. Era una persona especial en nuestras vidas y la extrañamos muchísimo”. Gastón cuenta que se encontraban en la orquesta y en el colegio porque iban al mismo. “Nos dolió un montón la partida de ella, no podíamos entender cómo de un momento a otro se nos fue. Igualmente creemos que está en un lugar mejor, quizás ella ahora esté en la orquesta sinfónica pero de Jesucristo con el coro de todos los ángeles”, dispara como fusible para que las risas le ganen al llanto y agrega: “desde dónde esté ella debe estar orgullosa de nosotros”.
Hicieron un concierto en homenaje a su compañera y hasta estrenaron una canción escrita especialmente: “Dulce Naomi”. Los hermanos aseguran que de todos los escenarios visitados, el del homenaje a su amiga fue uno de los mejores conciertos que hicieron. “Ese día tocamos con el corazón”, dice Gastón. Tal vez por eso cada vez que suenan sus melodías connoten esa misma sensación.
“…Acordes de la exclusión, sinfonías del alma eterna…”
Benjaminos tiene dos directores musicales (Pedro Aballay y Juan Traverso) que se dividen en la tarea de coordinar los ensayos, en la semana lo hacen en las distintas villas y coinciden los sábados en la sede de La Tela. “Cuando ellos tocan a mí se me pone la piel de gallina porque es un laburo muy intenso. Uno no tiene la culpa de nacer donde nace, lo hace donde le tocó (…) A pesar de eso creo que cualquier niño tiene las mismas capacidades de hacer arte o lo que sea”, expresa Pedro, recientemente galardonado como uno de los diez jóvenes más sobresalientes de la provincia de Córdoba justamente por su trabajo en la agrupación. Para Traverso, constituirse en orquesta sinfónica es un sueño cumplido. “El año pasado el Pollo me decía que íbamos a ser una sinfónica, yo pensaba de dónde vamos a sacar los instrumentos. Y después aparecen, vino el premio de Suiza (la embajada les entregó un subsidio para la compra de los mismos) y de la nada ya teníamos un montón. Después había que buscar más profesores y empezaron a sumarse. Benjaminos va siempre al palo, el escenario es nuestro, los chicos se potencian y nos sorprenden mucho”.
El Negro Came, con una remera invisible que reza papá orgulloso, antes de retirarse del lugar manifiesta que “una orquesta sinfónica en una villa es muy de locos. Lo digo y se me pone la piel de gallina. Es importante que muchos de los chicos de la villa ocupen su cabecita en otras cosas y aprendan algo tan lindo”.
El Poio grita que ya está el locro, que se vayan sentando que hay para todos, incluso los testigos ocasionales como quien escribe y el grupo de camarógrafos. Cuando pasa el almuerzo, se sienta rodeado de un piberío. “Nosotros no somos los abanderados de los pobres, ni queremos ser un shooping de los pobres, pero es muy difícil que un papá pueda comprar, por ejemplo un trompeta y más aún pagarle a un profesor para que le de clases a su hijo. Si bien los chicos lo toman como un juego, saben que tienen un compromiso con la villa y la superación. Nosotros somos como las mariposas: nacemos a la mañana y morimos a la noche pero le damos para adelante”. Lo dice sin impostar, con ese tono de arenga que posee para hacer que las cosas esenciales no se te pasen de largo.
El profesor Traverso comenta que vive en Córdoba desde hace diez años: “siempre me manejé desde Alberdi hasta la Facultad en Ciudad Universitaria y ese era todo mi trayecto. Eso era lo que yo conocía y para mí Córdoba era eso. Cuando fuimos la primera vez a los barrios con el Pollo me doy cuenta que existía otra Córdoba y que en realidad no era la del centro, sino la de los barrios de la periferia. Ese día para mí fue un antes y un después. Me di cuenta que estaba viviendo en un termo”.
Acá nadie parece guardarse nada a la hora de hablar y tampoco hacerlo con rodeos. Incluso con los proyectos. “Tengo muchos sueños, ahora también quiero aprender a tocar el saxo. Yo veía Los Simpson y me gustaba el papel de Liza con el instrumento. Me imaginaba yo y un día escuché el sonido por internet y dije que bonito. No voy a parar hasta tener el instrumento porque eso es lo que me gustaría tener”, declara Fianma.
“No hay mejor opción que sentir al otro como al uno mismo, siento a los chicos como mis hijos y me duele no hacer nada cuando veo malas señales. El no hacer nada me duele más que el intentar hacer algo. Cuando vuelvo a mi casa gracias a Dios tengo calefacción pero muchos de ellos se cagan de frio, entonces no podés estar bien. Hay muchos lazos y puentes que reconstruir”, deja picando el Poio.
“El Pollo está sordo” asegura Fianma, “o se hace”, opina Gastón. “Le grito a un metro Pollo y no me escucha, no sé qué le pasa. El otro día me cansé de gritarle porque se me caía el contrabajo y él estaba más cerca: Pollo, Pollo…terminé agarrando el contrabajo y a las tres horas se dio cuenta”, se ríe Fianma.
“Curioso que un sordo comande una sinfónica”, pienso. Le estoy por comentar la ocurrencia a uno de los profes pero me detengo. Las apariencias engañan. Siempre.