Escribe: Lucas Vidal.
Juan Antonio Giménez López nació en Mendoza en 1943. Es uno de los más grandes dibujantes de historietas y gracias a la enorme calidad de su trabajo, ha recibido numerosos premios en España y Francia, para cuyos mercados suele trabajar. Su temática gira en torno a la fantasía y la ciencia ficción.
Fascinado desde niño por el dibujo, empezó imitando cómics y portadas de libros hispanoamericanos y españoles, sólo contaba en ese entonces con materiales escolares elementales: lápiz, goma, plumín, una cajita de acuarelas… pero una inmensa pasión. Ya más grande se dedicó a dibujar las secuencias de las películas que le gustaban, y hasta a reproducirlas en plastilina. Así aprendió a dibujar secuencias narrativas. Tenía 16 años cuando empezó a colaborar en Misterix, Hora Cero y otras glorias de la historieta nacional de mediados del siglo pasado.
Completó su formación estudiando diseño Industrial, la facilidad para el dibujo y su constancia fueron de gran utilidad para adentrarse en el mundo del cómic.
Posteriormente trabaja para Agencias de Publicidad, realizando storyboards para spots publicitarios. Esto lo enriquecería en el sentido de aprender a contar una historia en poco tiempo y calcular al milímetro el montaje y la planificación de cada escena.
En 1976 realizó la historieta bélica As de pique con el guionista Ricardo Barreiro. A finales de esa década se mudó a Europa, donde comenzó a dibujar para editoriales de historietas. En 1979 publicó Estrella negra, su primer libro en color. Luego publicó Basura y Cuestión de tiempo, de cuyo guion también es autor; El cuarto poder, Leo Roa y Juego Eterno. Durante diez años ilustró junto a Alejandro Jodorowsky la famosa serie La casta de los Metabarones.
“Para mí la ilustración es una forma muy sintética de contar historias. Una sola gran viñeta te puede disparar la imaginación tan profundamente como quiera el autor. Me gusta mucho este ejercicio, y aunque trabajo mayoritariamente con el cómic, cada vez que recibo un encargo lo hago con mucho gusto, pues me resulta muy gratificante el cambio que supone utilizar nuevos materiales y técnicas.”
Juan Giménez tiene premios invalorables como son la aceptación por parte del público y la crítica, que lo ha hecho merecedor de numerosos galardones internacionales. Entre ellos se destaca el de Mejor dibujante elegido por los lectores de las revistas en 1984; Comix Internacional en 1983, 84, 85 y 90; Premio al mejor dibujante en el Salón del Comic y la Ilustración de Barcelona en 1984; YellowKid, otorgado por el Salón Internacional del Comic de Lucca en 1990; Bulle D’Or en Francia, en 1994. Sus trabajos han sido expuestos en distintas ciudades del mundo, sobresaliendo la muestra del Centro Georges Pompidou en 1997.
Bromea cuando responde que es escapismo el origen de esa fascinación por la ciencia ficción, para más tarde señalar que la tierra firme nunca le gustó. “Yo pensaba cómo sería un planeta lejano y empezaba a dibujarlo, me pasaba el día entero. Ahora, con la tecnología, puedo saber cómo es un traje espacial y eso me ayuda a dibujarlo. Con los años descubrí que todo lo que estudié me sirvió: matemáticas, química… Es increíble”, sentencia con lucidez.
Sobre su técnica para aplicar el color, Giménez da con una explicación más pragmática que estética. “Como la esencia del trabajo de historietas es el tiempo, si te ponés con una técnica muy acabada, no te lo paga nadie. No estoy con el cronómetro, pero procuro que, dentro de una página, no haya más que una viñeta pintada al detalle. Con el tiempo reduje el tamaño de los originales y empecé a notar que mi trabajo con acuarela, que seca al instante, se igualaba en tiempo con el blanco y negro. El lápiz es la base: ahí están las luces y las sombras, el sentido de todo, pero la tinta negra es menos minuciosa. El color se encarga del resto.”
Toda este inmenso talento queda resumido en las palabras de Alejandro Jodorowsky publicada en el prólogo del segundo libro de La Casta de los Metabarones: “Lo vi dibujar. Mi conciencia racional se diluía en un mundo mágico donde el azar se hacía destino: allí delante de mí estaba, en carne y hueso, el Metabarón. Juan Giménez vestía de cuero, su cráneo brillaba, su rostro huesudo semejaba al del guerrero, viajaba en una potente moto y sentía predilección por dibujar cuerpos con máquinas injertadas en la carne. Secreto, a primera vista tímido, pero con un alma de acero, no podía sino ser el artista designado por el destino para dar vida al mundo metabarónico”.