Guillermo Pfening, A Todo Terreno

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Fotos Gentileza G. Pfening

Talento es lo que le sobra. Nació en la agrícola Marcos Juárez y se atrevió a desafiar los obstáculos de la actuación con pasión y estudio. Fue más allá y dirigió “Caito”, una película del corazón junto a su hermano y con la producción de Pablo Trapero. Meritos no le faltan: ganó el Cóndor de oro por su participación en “Wakolda”, mejor actor en “Nadie nos mira” en el festival de Tribeca (que le entregó ni más ni menos Peter Fonda), además de tener un papel relevante en “Farsantes”, serie de gran éxito de Pol- Ka. A pesar que falta que lo reconozcan más en televisión, Pfening no para y ahora produce una película en Bahía Blanca.

-¿Cómo fue pasar desde el interior del interior? ¿Qué pasó en tu vida para llegar a ser actor reconocido?

-Tenía más o menos 15, 16 años, y quería ser jugador de tenis. Ahí tuve una crisis muy grande cuando me di cuenta que por más que seguía más horas en el club, esto se me escapada cada vez más y dejé de jugar. Me acuerdo que, no digo era depresión, el primer recuerdo que tengo de mi vida de no saber qué hacer. Dormía mucho la siesta, de cosas raras que nunca me habían pasado. Mi papá llegaba de trabajar y yo estaba durmiendo y le decía que no sabía qué hacer. Tenía unos amigos que hacían teatro, me acerqué para probar y me gustó, también tenía una amiga que se llamaba Marga que sacaba fotos y por medio de ella empecé a conocer a otro tipo de gente menos racionalistas, de otra movida en Marcos Juárez. Me enganché a ese grupo, en el” taller de la vida”, y lo primero que hicimos fue una adaptación de “Antígona” en el teatro del colegio Sagrado Corazón ―que ya lo demolieron― y ese fue con mi primer contacto con un texto, con funciones, con camarines, con ensayos y todo. Me gustó mucho. Después seguí haciendo algunos trabajos audiovisuales, otras presentaciones que eran más “performance” o” happenings” o cosas locas y alternativas que hacíamos en la Fiesta del trigo, entre otras fiestas regionales. Entonces le pregunté a mi profesor si me podía dedicar a la actuación, él me dijo que sí, que tenía que formarme, estudiar mucho, me veía condiciones. No es que era un “diamante en bruto” (risas). En el último año del colegio viajaba seguido a Buenos Aires para hacer talleres en el teatro Colón. Y cuando llega diciembre tomé la decisión de ser actor, lo comenté en mi casa y mi papá me dijo: ¿Y qué más?, imagínate que él era profesional. Me fui allá y empecé a estudiar Ciencias de la Comunicación hice el CBC (en la UBA), además el examen para entrar al Conservatorio de Arte Dramático, pero no entré y me anoté en la escuela de Raúl Serrano, ahí estudié actuación.

Fotos Gentileza G. Pfening

-No habrá sido nada fácil…

-A los dos meses de estar en Buenos Aires, en la Asociación Argentina de Actores había una cartelera con un casting para una película de Héctor Babenco (“Corazones Iluminados”), que en ese momento no sabía quién era. Estaban buscando un actor joven que se parezca a Daniel Fanego, me llamaron y me tomaron. Terminé ganando. La película se filmaba en Mar del Plata así que me subieron al avión y yo jamás me había subido a uno, llegué al hotel Sheraton y me tiré al jacuzzi, todo el sueño del pibe, me tiré de cabeza y Norma Aleandro no lo podía creer. Se agarraba la cabeza (risas). Así arranqué. Estuve dos meses, después me enteré que quedaron tres escenas porque era un “zapallo” actuando, no coordinaba, no respetaba las marcas, ni hablar y mirar a cámara. Era un suicidio.

“Hay cosas como actor en un momento sí, pero después una vez que trabajás con ese material queda como lavado, entonces no puedo a recurrir a eso. Tanto las alegrías como las tristezas uno las trata de evocar.”

-Después das el salto a hacer películas como “Wakolda” o “El Patrón”…

-Lo que pasa que el cuerpo es un instrumento, yo lo empezaba a tocar de alguna manera, lo tocaba mal. Tengo mis limitaciones como actor que las trabajo pero fue así. Por un lado tuve mucha suerte, siempre tuve oportunidades que las fui aprovechando mejor. De todas maneras, los primeros años en Buenos Aires fueron de formación continua, de hacer obras de teatro y de hacer bolos en televisión, de producir una película con amigos llamado “El perro amarillo”. Hasta el año 2002 trabajé de promotor, de modelo publicitario, pasé por todos lados. En el 2003 firmé mi primer contrato con “Costumbres Argentinas”, estuve en una una obra con Arturo Puig y en “Campeones” que fue muy popular. Tenía buenos momentos y después caía. En el 2007 pasé una malaria porque trabajé en un negocio de colecciones de muñecos de “Star wars”. En cine a partir “Nacido y Criado” de Pablo Trapero empecé a trabajar más seguido.

-¿Cómo fue el proceso de tu primera película “Caíto”?

-Cuando estaba en el 2004 haciendo “El Deseo”, la novela con Natalia Oreiro, me habían dicho que mi personaje tenía mucha importancia y de repente debía que hacer una escena a la mañana y otra a la tarde, y esto se filmaba en Martínez que estaba muy lejos de mi casa; no podía ir y volver. Entonces me quedaba en el canal pelotudeando hasta que un día dije que no podía seguir así. Fui a ver una obra de teatro y vi una postal de un concurso de la Alianza Francesa, el tema era el “deseo”, un concurso que se hace desde décadas, entonces me puse a escribir algo en dos hojas, pero siempre pensando en hacer algo con mi hermano que tiene atrofia muscular. Al irme de Marcos Juárez sentía una angustia muy grande, no era que lo había abandonado pero al irme quedaba así, empecé esta historia, fue como un “vómito”, lo hicimos y ganamos el concurso en el 2005. El premio era ir al festival de cine de Toulouse. Y allá pensábamos y dijimos “bueno estamos acá, filmemos la película”. Fue un proceso de tres años junto con una amiga que trabajó mi parte de director y guionista, se la presenté a Pablo Trapero y a Martina Guzmán y ellos me ayudaron a presentarla al INCAA, y buscar un par de fondos en el exterior. En el 2009 la filmamos y en el 2012 la estrenamos en el BAFICI. Fue un proceso muy lindo y creativo, la película era una ficción, se trataba que Caíto se enamoraba de una chica que era como la puta del pueblo. Él tenía el deseo de ser padre, entonces terminaron llevando una nenita que la mamá le pegaba, medio que la secuestraron y la llevaban al campo de la abuela. Era una cosa de héroes. “Caíto” es un híbrido del cine dentro del cine y eso llamó la atención. La película ganó muchos premios, hoy a cinco años de su estreno vamos a ir con mi hermano a presentarla a una Universidad de Neuquén porque en una cátedra la tomaron como ejemplo. La película tiene mucho metalenguaje, viste que en el cine el metalenguaje es todo.

Fotos Gentileza G. Pfening

-En cierta manera, ¿te descubriste como guionista y director?

-Me prendió ese bichito, me gustaría tener mi segunda película filmada pero bueno trabajé mucho como actor, más la cosas de la vida. Es una coproducción con Colombia y con Córdoba también, estoy buscando un productor mayoritario en Argentina. Es la historia que le pasó a mi mamá que tiene una adicción a las cirugías estéticas, pero es sólo el puntapié inicial, toda las historias personales las ficcionalizo. No es una biopic mía.

-¿Los temas personales se potencian en tu doble rol como actor y director?

Hay cosas como actor en un momento sí, pero después una vez que trabajás con ese material queda como lavado, entonces no puedo a recurrir a eso. Tanto las alegrías como las tristezas uno las trata de evocar. Además en el cine no es como el teatro que tenés un proceso creativo que es mucho más natural, porque uno llega, va practicando la escena y listo. Sino que de repente en el cine se dice “acción” y hay que “clavarla al ángulo”, porque es así el cine. Más que nada hay trabajar, hay que sentir empatía con el guion y con la historia que está contando. Trato de concentrarme y empatizar en el personaje, siempre es uno el que se emociona y el que lleva la acción adelante.

-La película “Nadie nos mira” tuvo buenos comentarios en el festival de Tribeca, ¿cómo llegás a la película?

-Mirá, llego al proyecto desde la película anterior de Julia Solomonoff, “El último verano de la Boyita” (2009). Con Julia nos habíamos cruzado un par de veces, más que nada en algún ámbito del BAFICI, y me llama porque estaba pre―produciendo “El Último Verano”… Y era una película con chicos de orígenes medio caucásicos, alemanes, rusos. Eran no actores y me propuso meterme en ese grupo. Ella quería meter un actor dentro de ese grupo de amigos de no actores, para coordinar y para que todo sea más ordenado. Después, en un viaje que ella hace acá, me dice: “Mirá tengo un proyecto”. Llamó a otro actor también. Era sobre dos amigos o hermanos con una mina en Nueva York y en Buenos Aires, y había un triángulo amoroso… Bueno, fuimos a comer y la historia tenía que ver con el desarraigo y cosas así, pero nada que ver con la película terminada. Y después me manda un mail diciendo: “Cambié todo. Quiero que seas el protagonista de la película. La historia es de un actor que tiene una relación con un productor de televisión muy tortuosa y se va a Nueva York con la promesa de filmar algo allá, y eso se cae”. La película le gustó mucho a Peter Fonda que era el jurado de la edición del año pasado, le atrajo mucho mi personaje y por eso me dieron el premio al mejor actor del Festival. Me pasó algo reloco: el jurado fue al cine a ver la película a una función normal, y cuando terminó, pensé que iban a ser como esos jurados que no te saludan para no tener contacto con los competidores. Pero me dieron un abrazo. Peter Fonda me dio un abrazo, me dijo: “my heart…”. Después vino Willem Dafoe, que tiene mujer argentina y me abrazó también. Muy loco, porque los admiro.

-¿Hollywood es una opción para vos ir a trabajar?

-Me gustaría, pero tendría que hablar perfecto inglés, lamentablemente no tuve una formación bilingüe. Tendría que irme allá, ya tengo una vida acá, si quieren que vaya hacer algo voy, pero bajo mis condiciones (risas). Ya trabajé en Francia, Italia, Latinoamérica, me gustaría trabajar en España. No tengo el sueño de Hollywood porque no me gusta el cine de Hollywood, me gusta otro tipo de cine. Si me preguntas qué premio me gustaría ganar, me gustaría ganar un premio en Cannes, la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián, el Cóndor, que gané uno. Es eso lo que deseo, pero si me gano el Oscar obvio lo recibiría porque tampoco no soy boludo (risas).

-Los premios que ganaste, ¿te abrieron puertas?

-Sí, suma porque te da cierto reconocimiento ante entre los pares. Pero pasa que también hay colegas que ganaron muchos premios pero no se condice con la cantidad de ofertas laborales, hoy en día es más importante para trabajar en televisión, por ejemplo. Es más importante tener muchos seguidores en Instagram que ganar un premio “Cóndor”. Lamentablemente esta es la época que vivimos.

“No tengo el sueño de Hollywood porque no me gusta el cine de Hollywood, me gusta otro tipo de cine. Si me preguntás qué premio me gustaría ganar, me gustaría ganar un premio en Cannes, la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián, el Cóndor (gané uno). ”

Fotos Gentileza G. Pfening

-¿Qué significó para vos trabajar en “Farsantes”?

-Fue muy bueno porque trabajar con Julio Chávez está buenísimo, era una novela muy potente que la veía mucha gente, además trabajar en Pol–Ka es único. Me gusta trabajar mucho en tele porque todos los días te da revancha, te da mucho entrenamiento y popularidad para que cuando trabajás en teatro la gente vaya verte. Es un buen trampolín.

-Ese personaje que hacías en la novela empezó como que vos ibas a ser el novio de Chávez y después por algún motivo no estuviste más…

-Ese motivo lo desconozco, no sé qué habrá pasado, nunca termino de entender la lógica de la televisión, cómo mide, etc.…son dudas de la televisión que a uno le quedan, nunca nos dijeron nada.

-¿Sentís que te falta una oportunidad en televisión?

-Sí, me gustaría que confíen más como en el cine. Siempre se imaginan que estoy haciendo cine y no me gusta la televisión. Tal vez me encasillan.

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