Tal vez mucha gente desconozca su nombre, mucho más su historia de vida, pero hace ya un año y meses que Kate Rodríguez es un ícono anónimo del programa “ShowMatch”.
No debe existir hombre al que sus morenas performances le haya pasado desapercibido, como tampoco su pelo elevado. Toda la sensualidad de esta diosa de ébano que opaca al mismo Marcelo Tinelli cuando saluda al comienzo y ella emerge desde atrás. Sin embargo, lo que iba a ser una entrevista amena y trivial, mutó en toda una significativa historia de vida, digna de Hollywood. De esas películas que comienzan de la peor forma y la heroína va trastocando su destino a puro esfuerzo. Luego de leer esta nota, nunca más veremos a esta bella panameña, como lo hacíamos. Okey, es una bomba sensual, pero detrás hay vida, sacrificio, dolor y llanto. Un ejemplo de todo.
“Nací viendo a Don Francisco con su programa Sábado Gigante para la señal de Univisión de Estados Unidos. Y aunque él era conductor, tenía un programa lleno de arte, con bailarines, cantantes y concursos de talentos. Los sábados a la tarde era una cita obligada que hacía yo sola sin que nadie me viera. Porque en mi casa esos programas estaban prohibidos”, cuenta.
-¿Qué tenía de malo un programa así?
-Para mis padres todo. Pasa que mi familia es muy cristiana. Mis padres son sacerdotes protestantes. Y yo, como la mayor de mis dos hermanos, tenía que ser un ejemplo. Viví en un sistema familiar muy estricto. Arcaico, te diría (se apena). Me metían palizas por las cosas que ellos creían que estaban mal. Encima yo era la oveja negra. Terca y transgresora. Muy rebelde.
-Imagino que no te dejaban bailar entonces…
-Fue el principal tema de conflicto. Yo desde que tengo uso de razón que quise bailar pero nunca me dejaron. Mi infancia fue frustrante en todos los sentidos. Una vez me puse los tacos de mi madre para bailar y mi padre me dieron una paliza que no me la olvido más. Y como te decía, yo veía a Don Francisco y me desesperaba. “ShowMatch” también lo miraba. Pero lo único que me dejaban hacer a nivel artístico era cantar en el templo. El resto nada, aunque no lo creas, no podía ni siquiera escuchar a Franco DeVita porque para ellos eso era pecado. Ricky Martin, Luis Miguel y todo eso, no conocía nada (niega con la cabeza). Tampoco conocía a Los Pitufos ni a Los Simpson (se queda callada).
-Pero bailás como nadie, eso no creo que lo hayas aprendido en nuestro país…
-No. Aprendí allá porque estudiaba a escondidas. Pero no fue con formación académica porque necesitaba un dinero que no tenía. A los 16 años ya podía salir de casa un rato por las tardes y una tarde salí a comprar a un chino -sí, en Panamá también hay chinos (risas)-, y cuando doblé la esquina, vi a un grupo de chicos haciendo coreografías y me quedé helada viendo las cosas increíbles que hacían. ¡Yo quería eso! (se entusiasma). Estaban practicando para un curso por una beca. Les hablé y quedé en ir todos los días cuatro horas. Ellos me enseñaron casi todo lo que sé. Fueron tres años.
-¿Ganaron la beca?
-Practicaban para un programa llamado “Star 23”, del Canal 23 de allá, de Panamá. Salía un ganador de modelaje, baile y de canto. Fueron los chicos y los acompañé. Éramos nueve y en lugar de competir en grupo como era la idea, competimos en dúos. Mis amigos se dividieron y a mí me dijo el coach del programa que bailara con él. Y ahí empezó mi caos, porque yo me debía escapar todas las noches de mi casa para ir al canal a bailar con él.
-¿Y cómo fuiste? Les dijiste que ibas a dormir a la casa de una amiga…
-No me dejaban. Y esa noche me escapé por la ventana de mi habitación que estaba en un primer piso. Mi amigo me esperaba abajo con la ropa. Me tiré contra un árbol y bajé así. Me raspé toda y llegué al Canal hecha un desastre. Ahí me maquillaron y me dieron zapatos. Y al final quedé como una de las seis parejas finalistas. Mientras ganaba esa noche, pensaba cómo iba a subir de vuelta a mi habitación. Pero yo era buena trepando. Y subí por ese mismo árbol de mango que estaba en la vereda. Una locura. Viéndolo hoy, me río. Era muy brava (reflexiona).
-¿Por qué Argentina?
-Porque tenía una tía lejana que vivía acá. Fue así, yo a los dieciocho años comienzo a trabajar en una financiera, cobrándole a los malapagas (explica). Era el trabajo más desgraciado que me podía pasar. Llamando todo el tiempo a la gente que adeudaba dinero. Más infeliz no podía ser. Pero ahorré todo un año. Lo único en que gastaba mi sueldo era en viajar al trabajo y en la comida del mediodía. El resto todo pero todo lo guardaba. Tampoco tenía en qué gastarlo (sonríe). Un día me desperté, contacté a esta tía y le dije que me venía a Buenos Aires a conocer. Saqué un pasaje con todo ese dinero y lo compré. Nadie sabía lo que estaba por hacer. Tenía 19 años y estaba decidida a escaparme de mi vida. Yo quería bailar.
-Es cierto, eras brava.
-Mi pasaje era para un sábado y recién el jueves anterior les dije a mis padres que me iba y que no volvería nunca más. Mi madre empezó a llorar. Les dije que tenían veinticuatro horas para que nos despidiéramos bien, que no había que pasarla mal. Esa noche fue un caos. Al día siguiente cenamos todos juntos, les expliqué los motivos y me vine. Se había terminado mi vida en Panamá.
-¿A qué parte de Argentina viniste?
-A Buenos Aires, en Martínez. Mi tía vive allá todavía. Al principio me encantó el país pero al mes me quería ir. Porque no solo fue el cambio del país, sino de todo. Descubrir todo. Nacer de nuevo a los diecinueve años. Por ejemplo, en Panamá somos tres millones de personas en total; acá hay mil en un semáforo. Todo me apabullaba. Una vez me perdí en el Obelisco y me puse a llorar como una loca. Allá era una más y acá no, desde lo estético hasta lo cultural. Y en invierno sufrí mucho. Y ya me estaba volviendo hasta que mi tía queda embarazada. Y ahí sentí que debía quedarme.
-¿Cómo tu tía embarazada? ¿Cuántos años tiene?
-Treinta tenía en su momento. Porque es una hermana de mi abuela pero adoptada. Una historia larga (se ríe). La cuestión es que si bien al país no me adaptaba, ya había hecho muchos amigos y empecé a trabajar de profesora de baile. Después fui go-go dancer y empecé a ir a todo tipo de castings.
-¿Te costó entrar en el ambiente del espectáculo?
-No, porque yo soy súper competitiva. Es algo que no lo puedo controlar. Y no sé si es bueno o malo. Me gusta competir con más personas. Ir a los casting más para competir que para quedar. Y por suerte me fue siempre bien. De hecho de miles de chicas, quedé en “ShowMatch”.
-¿Y de amores? Se te habrá lanzado un argentino por segundo desde que llegaste a Ezeiza…
-Todo lo contrario, nací pensando que estar con un chico estaba mal y aún sigo sufriendo eso. Nada de Touch And Go. Tuve un novio un tiempo largo, no resultó. Después tuve otro novio y tampoco resultó. Porque es difícil que acepten mi trabajo. Igual no se me acercan. Si llego a un boliche, a mi no me viene a hablar nadie. Por WhatsApp y Facebook mensajes de todos lados, pero Face To Face, no. Esperaba todas las respuestas comunes a una entrevista con una chica linda, y con tu infancia, tu tía embarazada cuando me la imaginaba de 70 años y con esto de los chicos, se me complica todo.
-Al menos no le erré al elegirte de todas las bailarines de Tinelli. Algo especial tenías…
-Es que no tuve una vida como la de cualquier chica. Yo fui como un caballo que estuvo atado diecinueve años y un día quedó suelto pero en otro país. De Argentina, entre miles de cosas, me llamó la atención que los hombres para saludarse se dan un beso en la mejilla. Todo me parecía “woow”. Cómo se vestían las mujeres, que personas de un mismo sexo caminen de la mano. Las fiestas gay en los boliches me enloquecieron. Lugares de tres o cuatro pisos, para mí era impensado, las primeras borracheras, amores, desamores.
-¿Y a Ideas del Sur, cómo llegaste?
-Veía “ShowMatch” en casa con mi tía y la verdad es que yo me moría por estar ahí. Fui a un casting, hice una cola de diez cuadras, muchas horas ahí esperando y empecé a pasar etapas. Son muchas (aclara). De destreza física, de baile, de cámara y quedé. Yo fui como una don nadie, ni sobrina ni amante ni nada de nadie. Y la gente piensa que quedé porque fui la única negra y nada que ver. En una de las últimas etapas, éramos siete negras y quedé yo. Un sueño cumplido.
-Pero también conducís Quiero. Un perfil muy diferente de la mujer sensual que baila, con la que informa sobre música.
-Otro sueño cumplido. El año pasado haciendo un portfolio para un calendario, me puse a jugar con una cámara y a hablar como si fuese conductora. Presentaba a los chicos del lugar y ahí justo estaba Coco Fernández mirando todo. A los días me mandan un mensaje porque querían verme para la conducción de un programa en el Canal Quiero, ya que necesitaban un acento regional. Me hicieron la prueba en el momento sobre una noticia de Shakira, gustó y quedé. Como fue de repente, lo di por perdido y fui más espontánea que nunca. Yo saltaba en la oficina, re infanltil lo mío (se ríe). Lo bueno que todo el grupo es una gran escuela. Me enseñan a vestirme, a maquillarme, a hablar, a pararme. A veces tengo miedo de despertarme y volver a ser esa chica reprimida de Panamá.
-¿Y tu familia?
-No la vi más (se pone seria). Pero en diciembre pretendo hacer un viaje para después de seis años, contarles y como que me den el “ok” de lo que estoy haciendo. Necesito su aceptación para ser completamente feliz. Imagino que le llegan noticias mías, porque en Panamá salgo en todos lados. Los medios de allá me persiguen y me dan mucho lugar. Pero quiero directamente una charla con ellos cara a cara.
-¿Si te llaman de Panamá para que vuelvas como una estrella?
-Ya me llamaron y les dije que no (responde sin titubear). Tengo un compromiso con “ShowMatch” y además siento que necesito crecer más y aprender más para volver con argumentos. Yo escucho mucho a la gente del jurado porque saben. Soy una esponja que absorbo toda la data que tiran. Sé que volveré, pero siento que aún no es el momento. Tengo mucho más por hacer en Argentina. Estoy en deuda con ustedes, hasta que no les devuelva algo de todo lo que me dieron, no me voy a ir (sonríe).