Hernán Lanvers: El Señor de las Aventuras

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1960

Hace ocho o nueve años llegaba a redacciones, canales de televisión o emisoras de radio de Córdoba un sobre con un libro, con dedicatoria personal para el comunicador que lo recibía.

Se trataba de “África, Hombres como Dioses” de un tal H. Lanvers. Recuerdo que a primera vista me sorprendió, un tal H del que no había siquiera foto en la solapa, la editorial era cordobesa pero el autor -al menos para mí-desconocido. Se hicieron seis ediciones y el escritor se propuso ir por más. Cuenta que habló con su editor de entonces, Javier Montoya de Ediciones del Bulevar y éste le manifestó los impedimentos que tenía: “el idioma del mundo editorial es el inglés y vos naciste hablando en español, y encima no sos de España, sos de Argentina, y además no sos de Buenos Aires, sos de Córdoba. O sea, tenés todas contras, hasta acá llegaste…” escuchó decir aunque el bueno del Editor también le dedicó unos cuantos elogios.

Lanvers no se amedrentó, investigó el mundo editorial por internet y el panorama no era muy alentador, se confirmaba lo que por experiencia su editor le había explicado. Así y todo se consiguió los nombres de los 200 empleados en Argentina de la editorial más grande del mundo: el grupo Penguin Random House Mondadori y les envió un ejemplar en un sobre papel madera a cada uno de ellos, con una notita que decía: “sé que a cada uno de ustedes les llegan más de mil ejemplares por año para que los lean, pero al menos les pido a uno que le dediquen diez minutos a leer mi libro, y luego me mande un mail si les gustó o no. Si no lo hacen les voy a seguir enviando un ejemplar a cada uno todos los meses en los próximos cinco años”. Hasta los guardias de seguridad tenían el suyo y uno de los editores dijo: “que alguien lea aunque sea esos diez minutos del libro de este hombre, porque de lo contrario nos va a volver locos”.  


 “Sé que a cada uno de ustedes les llegan más de mil ejemplares por año para que los lean, pero al menos les pido a uno que le dediquen diez minutos a leer mi libro, y luego me mande un mail si les gustó o no.”

Ahora, a H. Lanvers lo llaman “el Wilbur Smith argentino” y produjo un gran fenómeno editorial con la saga”África”, más de 420.000 lectores solo en Argentina (aduce la página del grupo editor que publicó los cinco libros de su serie). Este médico que no ejerce -creó un Instituto de ingreso a la carrera de Medicina- que es referente en Córdoba, dice que cuando uno se transforma en escritor cambia la percepción de la gente, te miran diferente, “antes te veían con este físico y decían es un gordo colorado, siendo escritor es un rubio corpulento”. Su aspecto de anti héroe y sus chanzas standaperas al hablar provocan una sonrisa; su tesón y su voluntad para hacer realidad sus sueños demuestran, una vez más, que los éxitos no vienen solos.

Desde tu infancia África ya estaba presente tal vez por el intento de tu padres por vivir en esa tierra, ¿Qué fue lo primero que te maravilló de ese continente que hoy dominás mejor que nadie?

Los europeos lo llaman “El Mal de África”.Es una compulsión que tienen los occidentales que han visitado el África profunda, no la de las ciudades de la costa, como la cosmopolita Ciudad del Cabo o la más europea Tánger, de querer volver ahí una y otra vez. Quienes han ido más al interior de ese continente alucinado y alucinante se encuentran sumergidos, de pronto, en la Edad de Piedra, en el principio de todos los tiempos. Sí. Es que si se adentran en las zonas áridas pueden encontrarse con los Bosquimanos, los Pigmeos del Kalahari, los miembros de una etnia que aún vive como hace 30.000 años, cazando animales con arco y flecha en el medio más inhóspito del planeta. O encontrarse al norte de Sudáfrica con la Reina de la Lluvia, una mujer perteneciente a una dinastía capaz de crear, según las creencias locales, la más terrible de las inundaciones, una mujer de quién Nelson Mandela decía,con orgullo, ser su amigo. No muy lejos de allí se puede asistir al Festival delas Cañas, en Swazilandia, en donde 10.000 jóvenes mujeres semidesnudas bailan,  intentando que su rey elija una o dos de ellas para casarse, ya que en gran parte de África la poligamia es costumbre y la costumbre es la ley. Un poco más al norte se pueden encontrarlas legendarias mujeres eyaculadoras de Ruanda, que han sorprendido, por siglos, a tantos aventureros. Ah, sí. África es la última caja de sorpresas que queda en el mundo moderno.

Viajaste casi una veintena de veces y escalaste las sietes montañas más conocidas (Sí,lector, lo que lee), ¿Cuál era el motor de esa búsqueda?

Yo comencé a oír hablar de ese continente porque me crié en Comodoro Rivadavia, en donde se asentó a comienzos de 1900 una gran colonia de sudafricanos blancos, que vinieron a Argentina incluso con sus esclavos. Mis padres intentaron irse a vivir a Sudáfrica y después de tres meses mi madre quiso volver para acá. Pero entre esas historias que yo había escuchado y los libros que había leído, apenas pude viajar a África lo hice. Y ya no pude parar. Así como esas personas que, de grandes van a una juguetería y se compran todo lo que no se pudieron comprar de chicos, así me pasó con los viajes. Yo, que de joven no había podido viajar, ya que la verdad es que durante unos cuantos años fui realmente pobre, a los 25 años empecé a gastar todo mi dinero en eso. Visité así dos veces los cinco continentes y a África fui 17 veces. ¿Por qué lo hice? ¿Por qué de grande intenté escalar el Monte Kilimanjaro, el Monte Kenia y otros más? A lo mejor porque de chico no lo pude hacer por falta de dinero, la verdades que no estoy seguro. Si hubiera nacido en otro siglo a lo mejor hubiera sido explorador o marinero. No sé. Lo que sí sé es que en estos días en que la mayor de nuestras aventuras es ver en nuestro celular quién nos puso un me gusta en Facebook o Instagram, yo donde realmente me siento es ahí, en África. Es ahí en donde vivo cada día como si me hubiera despertado y desayunado con una botella de champagne.

Fotos: Gentileza H. Lanvers y Penguin Random House 

Para escalar te tomaste el método de hacerlo en solitario, es decir sin conocidos ni occidentales, ¿Cómo fueron esas experiencias con los lugares y la cantidad de información que has recogido?

Cuando quise conocer un poco más ese continente me plantee tratar de escalar su montaña más célebre, el Monte Kilimanjaro. Yo tenía miedo a las alturas y por eso contraté un guía de la tribu Wachagga en sus laderas y le propuse tratar de subirla hasta donde se pudiera. Así fue que el primer día marchamos por una selva frondosa, en donde viven 600 elefantes, al segundo día por una zona de arbustos bajos y al tercer día en una escalada que se hace de noche, finalmente pisamos la nieve. Dicen que la última parte se hace de noche porque si uno viera de día los lugares por donde se tiene que pasar, realmente no seguiría subiendo. En el final de esa noche fue que dejamos de avanzar por esa nieve tan extraña bajo el sol del cielo africano y descubrimos que ya no había más para subir porque ya estábamos en la cumbre. Después le siguió un tiempo después, el Monte Kenia, el Kinabalu, la montaña más alta del Sudeste Asiático.

Al igual que Arlt que aconsejaba un puñetazo en la cara, en tus libros comenzás con la intensidad necesaria para que el posible lector no lo largue, ¿Cómo ha sido trabajando ese estilo, en cierto modo cinematográfico?

En estos tiempos en que los libros compiten con series magníficas y con vídeos asombrosos en Internet e Instagram, los escritores no lo tienen fácil. Hoy en día un libro tiene que sorprender desde la primera página, el primer párrafo, el primer renglón y si no es así, el escritor deberá dedicarse pronto a otra cosa. A Julio Verne y Emilio Salgari les debe haber sido todo más fácil. Por otro lado, esos libros de los que te dicen: “Se pone bueno pero tenés que pasar las primeras 50 páginas” son una falta de respeto al lector. ¿Por qué voy a tener que esforzarme para pasar las primeras páginas? ¿Acaso me pagan para leerlo? No. Encima lo pago yo al comprarlo…No, esos libros, en este mundo vertiginoso, no podrán sobrevivir.


Fotos: Gentileza H. Lanvers y Penguin Random House 

Lo de conquistar un Imperio lo digo de modo literal, es decir alguien que no está en la academia o el séquito de escritores bien nombrados, rompe con todo y vende cien mil ejemplares, así como tantos que eran dejados, cito a Soriano, Fontanarrosa, etc; ¿Cómo la has llevado a esto de abrirte paso en un sector hermético? ¿Todavía te cuesta que te reconozcan?

Entre los escritores, mi caso es raro. En ese mundo, recién se te respeta cuando tenés 70 años, fumás en pipa, usás anteojos,boina o un tipo de ropa especial y hablás usando palabras raras. Yo no soy  tan viejo, no fumo, uso siempre la misma ropa y de las palabras más raras no sé ni que quieren decir. No es que los escritores no me reconocen, creo que ni siquiera me conocen. Pero puedo vivir con eso. A mí no me interesa ser un pavo real de la Literatura, sino alguien que se conforma con que venga un lector y me diga: “Leí tus libros, me entretuve muchísimo, encima, de África, aprendí un montón”. Con eso, yo ya estoy hecho.

Tu otro rol de profesor que vive con objetivos, por ejemplo, que sus alumnos rindan el examen… ¿Completa al escritor que debe ser obsesivo en terminar una historia?

Sí. Yo creo que uno es una mezcla de todo lo que ha vivido. E incluso de las cosas y hasta de familiares, a los que ha sobrevivido…


Fotos: Gentileza H. Lanvers y Penguin Random House 

Tu historia de vida posee también material para ficción, desde el tipo que no reconoce una cara hasta el que la remó de cero creando un instituto por necesidad, ¿En cuánto contribuyó esa suerte de antihéroe?

Sí, la verdad es que a veces siento que hay cosas que sólo me pasan a mí. Me pasan permanentemente cosas raras. Pero ¿Cómo no me van a pasar si tengo un problema llamado prosopagnosia? Que consiste en no poder reconocer los rostros de las personas. Vos no sabes lo que es estar charlando con un amigo, que se vaya, cruzártelo en la calle a los diez minutos y no saber quién es. O no poder reconocer a tu novia. O a tu ex novia, y sacarla a bailar en el boliche, creyendo que es una desconocida. Sí, mi vida ha tenido siempre algo de tragicomedia. Con respecto a lo anti héroe, uno, de chico, siempre sueña con ser un héroe, un personaje casi de novela. Y bueno,después, con el tiempo, uno se transforma en lo que puede. Pasa con Tom Grant,el protagonista de mis novelas. Y me pasó a mí también con mi vida. Pero no están malo ser un anti héroe, una especie de héroe al revés, alguien a quien todo le cuesta el doble. Lo importante en los anti héroes es que no se rinden jamás.


Fotos: Gentileza H. Lanvers y Penguin Random House 

En tu carrera la voluntad ha sido el valor al que más echaste a mano, ¿Hacia que rumbos te lleva ahora este y tus otros tantos talentos?

Hace dos años decidí dejar de escribir novelas por cinco años y dedicarme a promover la lectura de libros. Es una iniciativa llamada Proyecto Construyendo Lectores y se basa en dar charlas en colegios secundarios, escuelas rurales, bibliotecas y librerías. Y también endonar libros infantiles y juveniles. Ya di 274 charlas y doné 1410 libros. Es que actualmente el 46% de los estudiantes que terminan el secundario no entiende un texto al leerlo. Y eso sólo puede mejorarse fomentando la lectura.Creo que eso es más importante que publicar un nuevo libro. Argentina ya tiene suficientes escritores. Y muchos de ellos bastante buenos. Ahora bien: ¿Vos sabés de algún escritor que se dedique a promover que existan más lectores y los vaya creando, escuela por escuela? Bueno, ahora conocés a uno. Es que creo que promover la lectura es el aporte más valioso que puede hacer un escritor por su provincia y también por su país y para mí eso no es poco.-

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