El norte me sigue sorprendiendo. La Rioja me sigue deslumbrando. Ya recorrí y viví en primera persona la celebración del Tinkunaco y ahora me adentré en la experiencia del carnaval, de La Chaya riojana.
En esta humilde crónica, creo oportuno simplemente contar lo que mis sentidos me transmitieron y en eso, sepa usted lector querido, puede haber imprecisiones varias, porque el cerebro y sus puertas de acceso a la información, no saben de objetividades.
Cuando la misión “Vas a cubrir La Chaya” me fue asignada, jamás creí que de esto se tratara. Jamás imaginé que la misión fuese tan divertida y enriquecedora. Puse en mi valija: mucha curiosidad, algo de expectativas y un par de mudas de ropa del tipo “tirable” (juro que esa fue una recomendación). Valija lista, vámonos pal norte!
Antes de comenzar mi recorrido chayero, decidí contactar a mis fuentes oficiales (riojanos amigos, con años de chaya encima). Me explicaron que febrero es el mes de la alegría en La Rioja. Que el festejo de la Chaya permite olvidar las penas, reponer energías y celebrar sin tapujos rodeados de amigos y familia. La tradición cuenta que esta celebración nace de una historia de amor no correspondido (Mirá vos che. Qué raro, el amor y sus demonios, metidos siempre entre nosotros). Chaya era una muchacha hermosa, enamorada del Príncipe de la tribu, Pujllay: un joven canchero y lindo que no le pasaba ni la hora. El dolor de este amor unilateral, hizo que Chaya (en quichua significa agua de rocío) fuera a las montañas a llorar sus penas. Alto, bien alto, más alto, tan alto que…se convirtió en nube. Desde entonces sólo vuelve en forma de rocío, o leve llovizna, en el medio del verano. Mientras tanto Pujllay (significa jugar o alegrarse), con bastante culpa encima, decidió buscarla incansable e inútilmente hasta que ahogó su dolor en chicha y así encontró la muerte. Dicha la leyenda, pasemos a los hechos…
Luego de varias recomendaciones, junto al equipo de producción de Revista Random, nos decidimos por la chaya que se festeja cada año en lo de Los Álamo, que desde hace varias décadas abren las puertas de su casa, para que el patio se llene de vecinos, familia, amigos y Chaya. A poco de poner un pie en ese patio, pude comprobar con la alegría que se vive esta fiesta. La música suena en vivo, con grandes músicos riojanos, entre los que estaba el dueño de casa, Kike Álamo y aclamado guitarrista de la gran Mercedes Sosa, Colacho Brizuela. Chacareras, zambas, vidalas, coplas. Un festín de folklore.
Y en medio de tanta algarabía, quedé en el ojo de la tormenta. Pobre de mí, tan inocente yo. Procuré mirar de lejos, cómo todos se tiraban harina y agua mientras bailaban y festejaban. Procuré quedar intacta pero eso iba a ser imposible. El tirarse harina representa la igualdad entre personas, todos somos lo mismo. El tirarse agua representa…que se haga un lindo engrudo sobre todo tu cuerpo! No pude escapar y tampoco quise tanto. Viniste a la Chaya? A ser chayada entonces! Quedé completamente blanca, mojada y bautizada oficialmente en esta celebración. Bailé, tomé vino, lucí mi ramito de albahaca en la oreja y hasta me animé a algún sapucai riojano. Pude comprobar esa felicidad de la que me hablaban. Esas ganas de festejar y soltar, soltar. Se suelta el año que quedó atrás, se sueltan al aire las amarguras y se liberan las tensiones para darle paso a la alegría y diversión. Es una catarsis. Casi que tiene un efecto curativo.
Luego de algunas horas celebrando, yo ya estaba para tirar la toalla y emprender la retirada. Todavía nos quedaba al equipo, el festejo en el Autódromo de la ciudad, donde se celebra la “chaya oficial”. Estaba cansada. Era demasiado para una primera vez. Pero la cosa seguía porque este festejo empieza al mediodía y termina vaya uno a saber cuándo. Los ojos cada vez más achinados, el paso cada vez más ladeado y los chayeros cada vez más ocurrentes: “Mucho sufre el hombre cuando la mujer lo engaña, pero más sufre el perro cuando la perra es más alta”. Aplausos para este recitador improvisado, que al verse en desventaja ante mi 1,80 de altura, supo sacarme una carcajada con su frase para el recuerdo.
“Bailé, tomé vino, lucí mi ramito de albahaca en la oreja y hasta me animé a algún sapucai riojano. Pude comprobar esa felicidad de la que me hablaban. ”
La música seguía, el baile seguía, la harina seguía pero yo tuve que ser precavida e irme a recargar energías para la noche. Podrán entender los riojanos que una porteña no sabe de juergas tan largas (bueno, dejémoslo ahí nomás).
Luego de unas horas de recuperación física, me dispuse a continuar. Ahora el punto de encuentro sería en el Autódromo de la Ciudad de La Rioja, donde se realiza el festejo oficial, por llamarlo de algún modo. Pero antes de describir lo que allí se vive, no puedo dejar de poner el foco en lo que sucede en las calles. A toda hora, en cada rincón, se vive y respira Chaya. En cada manzana hay algún portón abierto, alguna casa que abre sus puertas para la celebración. Calles cortadas y cientos de personas chayando sin parar. Muñecos Pujllay, que decoran locales, plazas, esquinas. Todo es distinto en el febrero riojano.
Entonces llegó la hora de vivir la Chaya multitudinaria. Durante 4 noches se presentan los artistas folklóricos más reconocidos. Llegan turistas de todo el país para celebrar cantando y enharinados al pie del mega escenario. 20, 30 y hasta 40 mil personas colman el lugar. Pude disfrutar de los shows de Los Nocheros, Kike Álamo, Los Manseros Santigueños, Abel Pintos, el Dúo Coplanacu y muchos más. Este festival es distinto. Es alegre, apasionado, relajado. Se vive con exaltación y unión. Una nube de harina enorme se forma sobre la platea cuando suena una chaya riojana. Y hasta pude ver rostros blancos que dejan correr alguna lágrima, al sonar de la zamba.
“Se vive con exaltación y unión. Una nube de harina enorme se forma sobre la platea cuando suena una chaya riojana. ”
Bailé y celebré como una riojana más. Mi cuerpo dijo hasta a las 5 de la mañana, horario en el que la harina en el cuerpo y en la cara, ya empieza a picar.
Así fue mi primer encuentro chayero. Y así serían las 3 jornadas posteriores. La Chaya superó mi imaginario. Pude sentir esa energía de la que me habían hablado. Pude sentirme parte de la fiesta y protagonista de la tradición. Nuevamente, misión cumplida.
Fotos: Nacho Quintavalle
Agradecimientos: Laura Heredia, Familia Álamo.