En las alturas riojanas, una laguna azul zafiro con playas de sal sirve de espejo para un centenar de flamencos rosados. Guardianes del silencio, indiferentes a la vista de los humanos, las aves contrastan con el marco de cumbres nevadas y sensuales curvaturas que el viento acaricia. Pacíficas y amables, también las vicuñas pasean entre la escasa vegetación, mezcladas entre guanacos que parecen haber encontrado el Edén.
Laguna Brava, reserva natural ubicada a más de cuatro mil metros de altura y creada en 1980 para preservar las comunidades de vicuñas y guanacos en riesgo de extinción, sorprende con su paleta colorida, resumen de asombrosas pinceladas derramadas por el pintor más excelso. En sus cinco mil hectáreas guarda cráteres volcánicos, túneles de lava, estilizados flamencos rosados posando su imagen en el espejo azul de las aguas, valles descomunales, montes inmensos y siglos de historia inca dormidos entre las piedras eternas.
Razones de peso
Para subir más allá de los cuatro mil metros tiene que haber una razón de peso. Los incas del siglo XV y los arrieros argentinos de fines del XIX tenían las suyas. Los primeros, lo hacían en el marco de su política expansionista. Los segundos, por razones estrictamente económicas. Ambos dejaron su marca cultural en este rincón del noroeste riojano donde la vegetación es escasa y la belleza indescriptible. Hoy, científicos y naturalistas recorren el camino hostil que permite adentrarse en esta reserva natural donde residen los flamencos y las chinchillas permanecen semiocultas entre los inmensos pajonales. Y turistas inquietos que reconocen el valor de la naturaleza más pura, se animan a desentrañar su belleza.
Nadie vivía allí en forma permanente y los hombres del llano empezaron a repetir una leyenda diciendo que en las alturas andinas había un sistema de lagunas de agua salada, y la principal se conectaba con el Pacífico a través de túneles subterráneos. El mito ofrecía aún mayores detalles agregando que, cuando el Océano era sacudido por los vientos, su furia llegaba a las profundidades y formaba olas inmensas, mezcla de tardía venganza divina y catastróficas premoniciones. Lo cierto es que la laguna es hiper salobre porque al momento de formarse las aguas se asentaron sobre un depósito salino. Y que las olas indomables son producto de los fuertes vientos que se enfrentan desde direcciones opuestas formando remolinos de agua que buscan el cielo. Pero las viejas historias aportan contenidos invalorables a la imaginación de quienes se acercan al lugar, generando todavía mayor curiosidad.
El viaje hacia la Laguna Brava comienza por el Valle de Bermejo pasando por Villa Unión, Villa Castelli y Vinchina hasta encontrarnos con la singular Quebrada de Troya.
El recorrido continúa hasta Alto Jagüe, último poblado antes de ingresar a la inmensidad de la cordillera a través de suaves lomadas que parecen recubiertas de un terciopelo azul, verde, violeta, marrón y anaranjado, debido a los minerales del suelo. Cada tanto, sobre las laderas desérticas, se puede ver la carrera grácil de los guanacos y vicuñas que interrumpen la quietud de piedra en las alturas.
La cuesta siguiente es la Quebrada del Peñón. A la orilla de la ruta hay curiosas construcciones circulares hechas con piedra y argamasa. Se trata de los trece refugios levantados en la zona entre 1864 y 1873 para albergar a los arrieros que conducían ganado a Chile. El ascenso continúa hasta los cuatro mil metros de altura donde, luego de atravesar un portezuelo aparece la Laguna Brava rodeada de majestuosos picos: el Veladero, el Bonete Chico y el Pissis que, con sus seis mil ochocientos ochenta y dos metros es el segundo más alto de América.
La serenidad inmóvil del ambiente se rompe cuando un centenar de flamencos rosados extiende sus alas y levanta vuelo al unísono. La sensación es haber llegado para interrumpir la calma absoluta de este reino de la soledad, este descomunal valle multicolor donde las montañas adquieren extraños tintes de azul, naranja, verde, violeta y marrón.
Más allá de la laguna
El paraíso tiene varias sucursales en estos lugares. En su viaje a la Laguna Brava se encuentra la Cuesta de la Troya con una caprichosa geología, Alto Jagüe que aún mantiene su arquitectura centenaria, la colorida Quebrada del Peñón y bien al Norte, el cráter Corona del Inca. Toda la región atrae además por sus volcanes de fondo, y sirve de entrada para la práctica de actividades de alta montaña.
El cráter Corona del Inca conformaba la cima de una antigua montaña que, tras uno de esos inconcebibles actos de rebeldía volcánicos, se ha desplomado sobre sí misma. La expulsión de ceniza y de otros materiales creó una especie de anillo y el agua del deshielo formó una laguna de color azul profundo, de trescientos metros de profundidad y cinco kilómetros de diámetro, rodeada de glaciares perennes en sus bordes. Un universo cromático, cubierto por infinitas planicies de negra ceniza, coladas de basalto y túneles de lava, que constituye un verdadero tesoro geológico. Cercana a los cinco mil quinientos metros sobre el nivel del mar, esta laguna detenta la condición de ser el espejo de agua navegable más alto del mundo.
La zona comparte además con la provincia de Catamarca el Corredor de los Seismiles, un conjunto de montañas de más de seis mil metros de altitud, que representa un verdadero desafío para los alpinistas de todo el mundo y un destino imperdible para viajeros que disfrutan de la naturaleza indómita en su máximo esplendor.
Dónde informarse:
Secretaría de Turismo La Rioja:
TEl: 0380 44 68504
Sitio Web: www.turismolarioja.gov.ar
Casa de la Rioja en Buenos Aires: Callao 745
TEl: (011) 4813 3417/19.