Resistencia (Chaco) es la capital nacional de las esculturas desde hace muchos años. Y como tal, alberga miles de esculturas que profesan la mística y la magia que la ciudad conlleva. La misma magia y la misma mística necesarias para forjar la amistad, que uno de los iconos chaqueños reúne con excelencia entre sus paredes, el Fogón de los Arrieros.
Tarea imposible es clasificar a este lugar: café concert, museo, casa cultural, fundación privada o… casa de amigos, tal como empezó. Pese a sus orígenes algo elitistas, el Fogón fue siempre una casa abierta a todo público. Habría que remontarse al calor del encuentro de varias personas para saber cómo se fue gestando este lugar. El encuentro de los hermanos Boglietti, Aldo y Efraín, que fundaron en 1943 el Club y Templo de la Amistad. Recién llegados de Rosario, y tomándolo como un estilo de vida, fue creciendo hasta tomar forma y espacio junto al genial escultor Juan de Dios Mena, cuya obra es una de los pilares del Fogón, y que instaló allí su taller y vivienda, desde 1944.
Empezaron en el solar de la calle Brown al 188 y allí se nutrió día a día, y en la tertulia de los martes, la historia de una amistad honda, la de Aldo Boglietti con los hombres de este Chaco y sus caminantes. Boglietti se movió entre todos facilitando el acercamiento, sin perder jamás ese don tan único de dar y darse a sí mismo sin que el gesto generoso pesara en quien lo recibió.
Con igual actitud, restando valor a lo que hacía, siendo lujo de amigos y de anfitriones, en choque abierto con el escepticismo de quienes depositaron más fe en “el lugar” que en quien le había soplado vida, abordó entre 1952 y 1955 la aventura del “Nuevo Fogón”.
Tal como el sitio oficial de “El Fogón de los Arrieros” lo presenta, allí por fin tuvieron cabida digna algunas de las audacias de los sueños de Aldo Boglletti: murales de Urruchúa, Vanzo, Marchese y Monségur. Paredes, escaleras y puertas pintadas por Capristo, Jonquíéres, Grela, Gorrochategui, Vázquez, Líbero Badil, Bonome, Arranz, Fernández Navarro o Brascó. Dentro y fuera, y hasta en las terrazas también transformadas en jardines, conviven Noemí Gerstein, Lucio Fontana, Pettoruti, Erzia, Páez Vilaró, Soldi, Severini, Castagnino, Uriarte, Gambartes, Pucciarelli Bigatti, Barragán, y muchos más. Aldo Boglietti sabrá, como Le Corbusier, que una casa debía ser una máquina productora de felicidad. Y para lograrlo más plenamente hizo de El Fogón, que era su casa, la casa de todos los amigos. Y así fue que en 1968 la transformó, junto con su cuantioso patrimonio, en una Fundación privada y de bien público.
Este mítico lugar es cultura viva que se respira y entra por los poros, y al pasar por su vereda se destaca el mural en mosaico veneciano, obra de Julio Vanzo, denominado “La amistad”, símbolo del “Fogón” y el sentimiento sobre el cual se estableció.
Además, allí se encuentra la tumba y escultura del reconocido Perro Fernando, uno de los personajes emblema de la ciudad. Es recordado a través de los años, de generación en generación, porque pasaba diariamente numerosas horas en el Fogón, disfrutando de café, medialunas y la compañía de buenos amigos.
Sólo quien lo visite y camine por sus pasillos podrá entender el significado que el “fogón” representa, no sólo para los chaqueños, sino para todas las generaciones que fueron afectadas por su creación y por la gente que lo fundo.
Así se mantiene el Fogón hoy, tal como lo dejaron ellos, sus propulsores: cuadros únicos, guantes de box de Carlos Monzón, una pelota firmada por Mario Alberto Kempes, una remera firmada por Diego Maradona, el botón del corpiño de Rita Hayworth, murales, esculturas, una innumerable colección de libros, un piano, una colección de cajas de fósforos de todo el mundo y hasta una momia –regalo de sus amigos para Aldo en uno de sus cumpleaños-. Entre otros miles y miles de objetos imposibles de enumerar.
Sólo quien lo visite y camine por sus pasillos podrá entender el significado que el “fogón” representa, no sólo para los chaqueños, sino para todas las generaciones que fueron afectadas por su creación y por la gente que lo fundo. El edificio y todo su contenido fue declarado Patrimonio Cultural del Chaco a través del Decreto N°1578 de 2004.
Algún día ha de inscribirse en la puerta del Fogón de los Arrieros una frase de André Malraux que Aldo Boglietti, en su premura por dar, no tuvo tiempo de asentar allí como deseaba: “En dos o tres mil años, tal vez después de una explosión nuclear, si un caminante solitario llegase a recorrer estas ruinas, es necesario que él pueda decirse: algo ocurrió aquí durante un momento de la historia del espíritu”.