Las últimas dos semanas los argentinos nos entretuvimos con dos acontecimientos políticos sociales y la obsesión por la imagen que damos le damos a los extranjeros, esa ventana al mundo que creemos que se cierra cuando no hacemos eventos importantes y que se vuelve el centro del mundo cuando lo hacemos, pero claro, la realidad es otra cosa.
La final de la Copa Libertadores entre Boca y River iba a ser la gran fiesta del Futbol Argentino, algo similar a una final del mundo, un momento de alta pasión y tensión extrema que en última instancia decantaría en un campeón para todos los tiempos y en una derrota amarga imposible de olvidar. La fiesta resultó un desastre por un colectivo, un montón de piedras y viejas heridas mal cerradas. Las piedras no son un fenómeno extraño a los colectivos visitantes, pero esta vez, sumados a gases lacrimógenos y las ganas de Boca de conseguir lo que River en 2015, llevó a una suspensión indeterminada y el eventual exilio de la final a Madrid. No sacaron la final, como a niños a quienes no se les puede confiar nada.
La final debía ser el objeto de esta nota de última página pero ahora ya no interesa. El evento quedó desvirtuado, creemos que el ganador quedó manchado para siempre y decidimos ni mencionarlo. ¿Fuimos el hazmerreír del mundo? ¿Pasamos una vergüenza universal? Por dos minutos fuimos tal vez, pero después el mundo siguió girando. Ni siquiera en España les importó demasiado y en el resto de los países se continuó viviendo sin saber dónde queda Argentina siquiera.
Evento dos: el G20. Si algo era capaz de opacar la supervergüenza, eso era la reunión de los líderes de las naciones más poderosas de mundo y en Argentina, por supuesto, se vivió como si fuéramos uno de esas magnánimas naciones. Spoiler alert: no lo somos. La semana fue interesante llena de bloopers, memes y situaciones incómodas y todos los televisores estuvieron prendidos para ver la gala del Colón, la llegada de los mandatarios, las fotos, las marchitas, etc.
Otra vez la ventana al mundo salvo que no lo fue. Muy pocos medios se interesaron por el anfitrión cuando dos bestias en guerra comercial como China y EE.UU. se iban a encontrar a firmar un alto al fuego. El G20 ni siquiera recibió una cobertura estelar en los diarios más importantes del mundo porque solo importa el resultado de las negociaciones. Los llantos de orgullo nacional solo son para consumo interno, como la obra de la gala, en el legendario Teatro Colón, que bien podrían haber dirigido los productores y directores de Show Match.
En su fuero interno, la mayoría de esos dirigentes internacionales ven a Argentina en el contexto geopolítico: América Latina. Todo el circo del Superclásico o el G20 solo sirve para adentro, para la tropa. Esa obsesión por ser los mejores o los peores que azota a los argentinos desde el siglo XX debería cambiarse por otra que busque ser buenos: en nuestra vida, nuestro trabajo, con nosotros mismos.