Cuando un artista pasa el límite de la fama, para convertirse en un mito urbano en el que su obra comienza a formar parte del imaginario popular, es porque su arte le toma la temperatura a lo que pasa en el mundo y emite una opinión que mueve los cimientos de lo dicho y lo no dicho.
Ese es el caso de Banksy, el prolífico artista británico que invadió las calles del mundo con una obra satírica, en muchos casos con mensajes políticos, ideológicos, con críticas al consumo, a los ideales y valores occidentales, y a la doble moral en materia de paz, segregación étnica y seguridad. Su nombre real no se conoce, su identidad es reservada y por consiguiente su biografía es una incógnita. Dicen por ahí que se preparó para ser carnicero pero con el boom del del aerosol en los ochenta comenzó a grafitear primero Bristol, ciudad en la que nació, y luego Londres, donde rivalizó con Robbo, el artista callejero del momento, allá por los 90 en Candem. Desde aquel momento su obra comenzó a conocerse en todo el mundo. Inicialmente combinaba estarcido (técnica que hizo famosa el artista callejero francés Blek le Rat) graffitis y stencil, con el tiempo realizó algunas esculturas, entre la que se cuenta la clásica cabina de teléfono inglesa plegada y con un hacha clavada como si hubiera sido asesinada, luego intervino la cartelería de vía pública alterándola o plantando letreros falsos. Poco a poco su obra se fue diversificando y cobrando relevancia.
Entró a los museos mucho antes de ser invitado cuando comenzó a realizar lo que llamó ‘stunts’, actos-atentados que consistían en colar obras en las instituciones más famosos del mundo como el Museo Británico, donde consiguió meter una pieza de supuesto arte rupestre, en la que salía un jabalí cayendo dentro de un carro de super, en lo que aparenta ser una escena de caza. En el MOMA de Nueva York incluyó un retrato de época de una mujer con una máscara antigas y en el Museo de Historia Natural de Londres colocó una rata disecada en un cartel. Su incursión en la intervención de artes plásticas además incluyó la imitación de obras clásicas como El David con un chaleco antibalas o los girasoles de Van Gogh con tomates marchitos.
Claro que una obra tan cargada de mensajes anti sistemas recibe las más severas críticas desde que ingresó al mundo de las subastas y el mercado del arte. Pasó de las exposiciones ilegales a vender su obra en Sothesby’s, una de las casas de subastas más tradicionales del mercado, donde en 2006 se pagó 80 mil dólares por un juego de impresiones con la cara de Kate Moss, emulando la típica imagen de Marilyn realizada por Warhol. Años más tarde, la misma casa subastaría su obra hasta por 1,8 millones de dólares.
Pero en el mundo de las contradicciones el que ríe último ríe mejor. En 2013 en el Central Park de New York un anciano vendió originales de Banksy en un puesto callejero al precio de 60 dólares cada uno – llegó a hacer rebajas hasta del 50% a una mujer que regateó el precio -. Como los transeúntes no sabían qué tenían al frente ese día hizo sólo 420 dólares, en lo que podrían haber sido unos cuantos miles si hubiera mudado el puestito a la casa de subastas. Al otro día el artista publicó el video en su página web y anunció que el puesto ya no estaría abierto. Otra manera, quizás práctica, de dejar al descubierto cómo y porqué compramos lo que compramos, bajo qué condiciones consumimos y a qué costo.
En 2010 realizó el documental “Exit through the gift shop”, en el que critica el sistema del arte exponiendo la vida y obra de Thierry Guetta o Mr. Brainwash, sin dejar muy en claro si este artista es real o si es un falso documental en el que expone un alter ego para dejar al descubierto los hilos que manejan el hada llamada: arte.
Banksy además pintó el muro de Gaza y en un comunicado dio las razones por las que lo hizo: “Me pareció excitante transformar la estructura más degradante del planeta en la galería más grande del mundo, para fomentar el libre discurso y el mal arte”. En 2013 paseó por todo New York “La sirena de los corderos”, un camión repleto de cerdos, vacas y otros animales de peluche, que son transportados al matadero, en lo que parece ser un claro mensaje sobre los consumos alimenticios y el maltrato animal (lo que nos hace sospechar que hizo migas con el fundamentalista vegano Morrissey).
“En 2010 realizó el documental “Exit through the gift shop”, en el que critica el sistema del arte exponiendo la vida y obra de Thierry Guetta o Mr. Brainwash, sin dejar muy en claro si este artista es real o si es un falso documental en el que expone un alter ego para dejar al descubierto los hilos que manejan el hada llamada: arte.”
Hace poco más de un mes el mundo entero recibió la invitación a el “Parque temático: Dismaland”. Su nombre deviene del juego de palabras que se desprende de “dismal”, que significa deprimente. Este “parque del desconcierto”, como lo llama el artista, está a la altura de su nombre y contiene: un castillo derruido, la cenicienta accidentada y fotografiada por paparazzis, una ballena saliendo de un inodoro, globos negros que dicen “Soy un imbécil”, la sirenita desdibujada y derretida. Además, Dismaland cuenta con obras inéditas sobre temas sociales y políticos de otros artistas como Damien Hirst, Jenny Holzer y Jimmy Cauty.
En lo que fueron los primeros días del parque, que sólo permanecerá abierto seis semanas, hubo largas colas para entrar y la página de venta de entradas colapsó. Una vez más, esta nueva acción de Banksy demuestra que, quizás, estamos más abiertos al consumo y alertas a las propuestas para disfrutar de nuevas de experiencias, de lo que una buena crítica a ese comportamiento puede soportar.