En 1995, mientras Blur y Oasis se disputaban la batalla más conocida del britpop, el Tate le otorga el premio Turner a Damien Hirst. Este premio es uno de los más importantes del mundo y distingue a un artista británico menor de 50 años cada agosto, con un evento enorme, televisado en vivo y con figuras del mundo del espectáculo -como Madonna- dispuestos a participar de la entrega.
Recibir este galardón por su obra “Madre e hijo (divididos)” – una vaca y su ternero cortados a la mitad en grandes cubículos de formol- lo terminaría de consagrar como el principal exponente grupo llamado “Young British Artists”.
Sin embargo, él ya había dado el batacazo hacía tiempo cuando en 1991 creó “La imposibilidad física de la muerte en la mente de algo vivo”, un tiburón martillo sumergido en una pecera de 4 metros de longitud con formol, cuyo impacto es aún tan bueno como el título de la obra.
La realización de esta pieza requirió, claro está, que alguien se dedicara a conseguir al gran pez que debía ser, según pedidos del propio Damien Hirst, “lo suficientemente grande como para que pueda comerte”. La obra se realizó gracias a Charles Saachi -un business man que patrocinó a esta generación de artistas británicos, dueño de una enorme colección de arte contemporáneo y fundador de la Saachi Galery – quien la conservó hasta venderla en el año 2004 por más de 10 millones de dólares, para que luego fuera donada al MET de New York en el 2006 donde se encuentra desde entonces.
Desde que irrumpió en el mundo del arte contemporáneo la obra de Damien Hirst se vió envuelta en polémicas y controversias, tanto por su trabajo cuyo tema central es la muerte, sobre todo en su serie más conocida llamada “Natural History”en la que preservó o diseccionó todo tipo de animales, como por los valores desconmensurados que ha alcanzado su obra.
Además de la muerte, su obra ronda sobre otros conceptos tangenciales como la anatomía, los ciclos de la vida, la iconografía farmacéutica y la medicina. Justamente sobre este último tema trata la obra “Cofre de medicinas”, que consiste en 6.136 pastillas individuales pintadas, trabajo que lo llevó a convertirse en el artista vivo más caro del mundo cuando lo remató en la casa de subastas Sotheby’s en Londres por nueve millones seiscientas cincuenta mil libras esterlinas.
En su estudio trabaja con más de cuarenta ayudantes con los que explota fundamentalmente dos técnicas: “Spot paintings” que consiste en un patrón de puntos de distintos colores con un particular orden geométrico siempre sobre fondo blanco y “Butterfly paintings” que consta de mariposas volando sobre lienzos que esta vez son de colores. La proliferación y la enorme producción de estos dos formatos no ha impactado en su valor tanto económico como simbólico, ya que sigue sosteniendo y reafirmándose como íconos del arte contemporáneo. Consultado sobre el porqué de esta producción Damien Hirst contesta: “Siempre he sido un colorista, siempre he tenido un amor fenomenal por el color”.
Nacido en Bristol su madre, aunque asegura que a muy temprana edad Damien se le fue de las manos, le fomentó el gusto por el dibujo, una de las pocas asignaturas en las que se destacaba, por lo que años después ingresaría a Bellas Artes en Goldsmiths (Universidad de Londres). Mientras cursaba sus estudio trabajaba en la morgue, experiencia que claramente lo marcó tanto en la selección temáticas como de materiales.
En los años 90 vio su vida envuelta en excesos de todo tipo. Se subió a la ola de la “cool britania” y formó parte del grupo de artistas que inundaron el mundo en todas sus facetas: las moda de Alexander McQueen, la música de Pulp, Elastica y las Spice Girls, el arte de Tracy Emin y hasta la cara de Kate Moss.
Pasada la década dorada inglesa Damien Hirst parece haber abandonado los excesos pero no la adicción a los escándalos cuando en agosto de 2007 vende la obra “Por el amor de Dios” – una calavera de platino con 8.601 diamantes incrustados y dentadura humana – por 74 millones de euros pagados por un grupo de desconocidos inversionistas entre los que luego se supo, estaba el propio artista. Sin embargo superaría todas las expectativas cuando embolsó más de 200 millones de dólares en una subasta, tras vender cuadros fabricados con alas de mariposas o moscas muertas, esculturas de corazones de toro embalsamados, pezuñas de oro en una urna de cristal, vacas en formol y un ternero con cuernos. No sólo fue llamativo el monto, que lo convirtió en récord histórico, sino que además Damien Hirst decidió omitir a uno de los agentes del mercado del arte y llevó personalmente su obra a la casa de subastas, eludiendo asi un 30% o 40% del monto que las galerías se llevan por representar al artista. Dicen por ahí que cuando terminó la velada exclamó: “Amo el arte!”.
Damien Hirst es uno de los pocos casos en los que la dimensión de la obra y el escándalo se equiparan. Un artista potente y una obra conceptual y formalmente impactante que logran llevar las discusiones sobre los límites del arte contemporáneo a la tapa de los diarios y las charlas de café. Sin embargo, mientras muchos lo recordarán por el tiburón de filosos dientes, toda una generación lo hará por que dirigió el inolvidable video “Country House” de Blur en la cumbre de la ola británica.