El otoño llega para todos y nuevamente, como en 2014 hiciera con Gabriel García Márquez, abril se llevó sin mediar palabras a Eduardo Galeano.
El invierno será un poco más frío solo por eso, porque faltará la prosa poética del uruguayo y porque ya no volveremos a escuchar su voz cálida envolverse meticulosamente alrededor de las palabras mientras relataba sus anécdotas. ¿Qué fue Galeano? Un escritor para la juventud de todos los tiempos; para los latinoamericanos que buscábamos con sus textos iniciarnos en la indignación de 500 años de uso y abuso.
No voy a explayarme mucho sobre él, lo leí poco y apurado, descuidadamente. Un amor adolescente al que luego nunca más quise volver. Aún hoy todavía me resisto. Tal vez lo busque, cuando pase un tiempo, cuando se diluyan los homenajes por su muerte. En cambio quiero expresar otra cosa sobre Galeano. Me enteré que su último libro se iba a titular El Cazador de Historias, desconozco su temática pero ese encabezado me dejó pensando largo rato sobre esa faceta del escritor y periodista. Eduardo Galeano fue, antes que todo lo demás, un gran cazador de historias. Siempre aspiró a ello: a escuchar, a tomar notar, a comprender, a desarmar los retazos de vida ajena que se iba encontrando a lo largo de la suya, y reformularlos en breves historias que confeccionaba con maestría.
“Supe que siempre llevaba una libreta para tomar nota, porque con esos ojos grandes y azules veía mucho más que el resto en cosas mundanas, pasajeras.”
Supe que siempre llevaba una libreta para tomar nota, porque con esos ojos grandes y azules veía mucho más que el resto en cosas mundanas, pasajeras. Quién pudiera tener el tacto y el oficio que él tenía para transmitir a un público vasto lo que quería contar. Al lado de esas frases tan líricas, tan bonitas, uno no puede menos que sentirse torpe.
Pienso que se fue un hombre de una gran coherencia, de una militancia permanente. Que sabía comunicar y transmitir con generosidad. De alguna manera, escucharlo provocaba casi las mismas sensaciones que leerlo, y mientras repaso algunas entrevistas y video me siento arropado por esa voz gruesa y penetrante, por su calidad intelectual y su candidez.
Sus historias de fútbol, de viejos militantes, de inmigrantes, de lo marginal. Había amor en lo que hacía. Quiero creer que Eduardo Galeano nos invita, a quienes queremos hacer periodismo, a eso mismo, a relatar nuestro mundo y la realidad que nos rodea, a pintarla con nuestros propios ojos. A no dejar que las historias se pierdan: a buscarlas, acecharlas y cazarlas con maestría.