A l igual que los amores inconclusos o los goles que uno podría haber hecho, hay ocasiones donde se lamenta no haber ejecutado tal cosa para obtener otro resultado
frases más oportunas, un disparo con la parte externa del botín, alternativas a la posterior cachetada, a la pelota impulsada lejos del poste. Horas después de haber tenido enfrente a Rodrigo de la Serna me dije “por qué no le pregunté sobre esto y lo otro”. Hay ciertas preguntas que son tardías, no por maduración como los buenos vinos, sino por maldad. Simplemente se te ocurren tarde, cuando el entrevistado ya está lo más campante en su casa o paseando con su hija Miranda. Por otro lado, también están las preguntas ingenuas que pueden conseguir desde la más absoluta ignorancia, el silencio atroz o un desenlace imprevisible. Rescatar, por ejemplo, un perfil desconocido o una anécdota original. A veces, cuan psicoanalista, alcanza con un simple “ajá” colocado en el momento exacto de la charla que puede deparar en un tsunami de declaraciones. Para todo eso hay que tener pericia y tiempo, dos aliados que no te estaban al alcance de la mano en el lobby del hotel donde Rodrigo bromea y se deja fotografiar para Random. No le pesan las horas de poco sueño tras la gira de presentaciones de la película “Inseparables” donde se luce junto a Oscar Martínez, en una remake dirigida con el consabido estilo de Marcos Carnevale. Tampoco se percibe cansancio alguno por sus recientes viajes con “El Farmer” donde compone una compleja interpretación de Juan Manuel de Rosas junto a Pompeyo Audivert. En todo caso, con el mismo talento que lo llevó a convertirse en uno de los mejores actores de su generación, logra camuflar el cansancio de andar yirando lejos de su casa. Lo que no actúa es su forma de ser, la diplomacia barrial, el humor compinche. Es de esos tipos que son necesarios tener en un entorno afectivo, los que devuelven paredes, los que saben tocar la segunda guitarra, los que acompañan y se lucen más que un protagonista.
Ahora me lo imagino en sus primeras actuaciones en el colegio, no era por supuesto el más alto de la fila y tampoco el de más guita, características para destacarse sin oposición. Sin embargo, Rodrigo no pasaba desapercibido. Al tipo que supo interpretar a don Alberto Granados (y ser nominado al BAFTA) o al mismísimo San Martín, me gustaría preguntarle sobre su personaje iniciático, la primera pieza de las infinitas Mamushkas que supo crear, pero ya no lo tengo a tiro. Puedo estar seguro que no fue el de Cristóbal Colón en esas fiestas donde todavía se celebraba el descubrimiento de América. Tampoco habrá sido en el papel de un ilustre Belgrano o un polémico Sarmiento, arriesgo que fue un Mariano Moreno o un noble granadero como Cabral.
Después de conseguir el aplauso de compañeros, docentes y familiares, Lionel Rodrigo de la Serna Chevalier ingresó a la Escuela del Caminante a los 12 años y recorrió casi todo el conurbano haciendo teatro off. Luego vinieron el infantil “Bonicleta” y la obra “Nosferatu”, de Griselda Gambaro. En un sótano del barrio de Monserrat de Capital Federal descubrió a Harol Pinter con “El cuidador” junto a un grupo de amigos actores, mientras que “Lluvia constante”, dirigida por Javier Daulte, fue su primera incursión en el teatro comercial y casi al mismo tiempo debutaba en el cine masivo con “El mismo amor la misma lluvia” de Juanjo Campanella.
Antes que incursionar en la pantalla chica donde conseguiría célebres reconocimientos con el Lombardo de “El Puntero” o el Ricardo Riganti de “Okupas”, estudió guitarra con Gustavo Mozzi donde indagó en las composiciones rioplatenses y encontrando en la música “un tipo de militancia. Más tarde, los sonidos confluyeron con El Yotivenco (conventillo al revés) donde continúa actualmente y en noviembre presentarán un concierto en el Torcuato Taso.
“Con todo este trajín no estoy pudiendo ensayar mucho, pero la cosa esta preciosa, somos un cuarteto con tres guitarras y un guitarrón con algunos invitados, siempre sumamos alguna percusión o un bandoneón, hacemos milonga, tangos, candombe, chamarritas, gato, algunas chacareras. Es un placer infinito, la guitarra y la música popular argentina es algo que me apasiona muchísimo también”, argumenta.
-¿Yotivenco es tu cable a tierra?
Todo es un cable a tierra, la actuación es el primer cable a tierra que tengo, sino donde meto toda esta locura (se ríe). Digamos que siempre me salvó la actuación, le dio sentido a mi vida y pude conducir algunos impulsos en unas cuestiones y darle forma, evolucionar como ser humano desde la actuación. Pensá que cada personaje te deja una vivencia y es como vivir muchas vidas en una. Cada personaje siempre te ofrece un regalo y te invita a reflexionar sobre determinados temas que terminan sirviendo para tu propia vida. Entonces ya es un ejercicio filosófico la actuación. Al principio sí, uno busca el reconocimiento, el aplauso, algo más frívolo, pero uno se da cuenta con el tiempo que la actuación termina siendo una filosofía de vida. Terminás aprendiendo muchas cosas…
“Cada personaje siempre te ofrece un regalo y te invita a reflexionar sobre determinados temas que terminan sirviendo para tu propia vida ”
-¿Qué te deja Tito, tu personaje de Inseparables (su película en cartel) que tiene tanto de “calle” como es una cuasi característica tuya en varios papeles?
Es un personaje que tiene un abanico muy amplio de emociones y de registros, este tipo tiene que mostrar cierta marginalidad, mucha calle, una hondura emocional muy importante, como así también una nobleza. Tiene que utilizar una inteligencia a través del humor porque es así como empieza a tejer ese puente de comunicación con el personaje de Felipe, es un sentido del humor noble y a partir de ahí comunicarse con él y entablar una amistad especial y paradigmática, se podría decir. Tiene barro y tiene luz, tiene recursos humorísticos, es un histrión, eso hace que sea un personaje soñado para un actor, poder interpretar y tocar todas esas cuerdas a la vez.
-El proceso de filmación fue híper veloz…
Sí, fue muy fluido, fueron seis semanas de filmación y eso habla también un poco del vínculo que tenemos Oscar (Martínez, co-protagonista) y yo, desde “Amadeus” donde hicimos un año y medio de teatro con seis funciones semanales. Te conocés de memoria con el otro actor, pero no sólo desde lo laboral, desde lo emocional y desde lo energético de compartir tantas tablas, es como los jugadores de fútbol que juegan de memoria, tiro la pelota y sé que él pica o me tira el centro y sabe que voy a cabecear. Es así, aparte lo quiero mucho y es un gran referente para mí, como persona y como actor, las dos cosas. Esas cosas no se dan muy seguido, fue llegar al set con esa partitura perfecta y precisa que es el guión, fue leer las escenas por primera vez con el director (Marcos Carnevale) y saber que no había que ensayar mucho más, teníamos todo muy claro y así se allanó el camino. La conducción amorosa de Marcos fue un pilar muy importante, los climas que genera de trabajo son los más fértiles que te puedas imaginar y no hubo ningún tropiezo en lo más mínimo, siempre hay algún resquemor con alguien pero esta vez nada, esto hizo que podamos filmar en ese tiempo.
-Jugaste con un personaje muy “sandrinesco”, ¿Cómo has manejado esos climas que van desde la carcajada al llanto de manera vertiginosa?
No es fácil lograr sin caer en la cursilería o en un cliché, está muy de moda el cinismo hoy en día, como lenguaje, algo que han impuesto mucho los norteamericanos de alguna manera. Esta una comedia muy pura y muy blanca, nunca se pone negra en el sentido del cinismo, tampoco se pone rosa, sino sería más kitsch, hay hondura y hay tragedia, pero los caminos hallan un vínculo muy valioso, los dos aprenden algo del otro y terminan mejor que lo que empezaron. Además es un caso real.
-¿Cómo lograste abstraer de esa condición de actuar un caso real en la ficción?
Más que nada es la garantía que estas cosas suceden, cualquiera puede salir y decir “esto pasa sólo en el cine”. No, estas cosas gracias a Dios que suceden, que estos mundos a primera vista irreconciliables puedan estrecharse y convivir, y forjar vínculos muy profundos, valiosos y humanos. Esto es lo que deja “Inseparables”, está despojada de cinismo y con el corazón bien abierto. Y no es cursi. (Jorge Luis) Borges decía de (Franz) Kafka que “los finales felices son cursis” (se ríe). Esperemos revertir esa afirmación del maestro.
-En un país con poco margen de integración, esta película plantea como premisa la tolerancia, ¿Podemos aprender algo de esta lección?
Podemos ser menos prejuiciosos, debemos y tenemos que hacerlo. Sobre todo en el entorno de Felipe con respecto a Tito, hay un prejuicio de clase, por eso la nobleza de Felipe hace que eso se extinga, es Felipe el que abre esa puerta para que el otro entre. Hay un desprejuicio ahí del aristócrata y al mismo tiempo de Tito que se saca un prejuicio de encima. Puede querer y amar a este ser humano, la nobleza no es inherente a ninguna clase social. Se puede comprar un título nobiliario, está bien, pero la verdadera nobleza está en cualquier ser humano, más allá de su clase social. Hoy está muy polarizada la cosa, es muy triste, vivimos una tragedia.
-Hablando de tragedias, en teatro seguís girando por el interior con “El Farmer”, haciendo de espectro de Juan Manuel de Rosas. ¿Es de la época donde empezó la mediática “grieta”?
En algún punto sí, metafóricamente los dos primeros referentes son Rosas y Sarmiento y de alguna manera esa grieta nace ahí. Dos colosos que se siguen combatiendo en el plano metafísico de la política y de la historia. Seguimos repitiendo como loros esa historia que se fundó tan sangrienta en esos años. Por otro lado, a Rosas se lo enseñaba a odiar en el colegio, es así de patética, de fratricida y bipolar nuestra identidad nacional.
-La consagrada novela sobre Juan Manuel de Rosas que Rodrigo co protagoniza y co dirige es una compleja y novedosa máquina teatral que propone una mirada poética para aproximarse al personaje maldito de la historia argentina. En su novela Andrés Rivera presenta a Juan Manuel de Rosas exiliado en Inglaterra. El hombre que ha dominado los destinos públicos y privados de la Argentina por más de veinte años se ha convertido en un Farmer, un granjero en las afueras de Southampton. Está solo y se siente abandonado y traicionado. A lo largo del 27 de diciembre de 1871, acurrucado junto a un brasero y con la sola compañía de una perra en celo, repasa, por momentos con añoranza y por momentos con rencor, los momentos luminosos y oscuros de su vida. Se trata de un largo monólogo por el que desfilan Lavalle, Urquiza, Sarmiento, Camila O’Gorman, unitarios y federales, ganaderos, generales y la burguesía. Y Rosas se erige por encima de todos ellos como “el argentino que nunca dudó”.
“Es un placer muy profundo, es un material con el que pocas veces uno se topa. La prosa de Andrés Rivera es deliciosa, es exquisita y es conmovedora. Tiene además una poética muy accesible. Indaga en esta cuestión identitaria nacional de una manera muy profunda. A partir de la máscara Rosas, acaso el personaje más polémico de nuestra historia, que genera tantas pasiones encontradas. A partir de esa figura, Rivera nos llama la atención para reflexionar sobre nuestra identidad. Somos muy como Rosas los argentinos, polémicos, contradictorios, sanguinarios. Poder haber adaptado y dirigido con el maestro Pompeyo Audivert después de un año de funciones en Buenos Aires y girar por el país es un regalo de Dios”, repasa.
-Revisitar la historia en el arte, como proponía Shakespeare, es algo que has realizado mucho en tu carrera, ¿Pensás que es uno de los caminos obligatorios?
Hollywood lo hace y nos mandan sus latas y su propia digestión hecha, nos mandan sus “heces” ya digeridas (risas). Nosotros nos merecemos como pueblo, sobre todo con una historia tan rica y basta, con esa mitología que tenemos los argentinos nos merecemos reflexionar y revisitar y desde ahí cuestionarnos un poco quiénes somos, incluso reflexionar sobre temas más universales. Cuando Shakespeare hizo Ricardo III o con los Enriques también, no estaba hablando solamente de un rey que era ambicioso, estaba hablando de la traición, de la muerte, de cuestiones universales más profundas. Creo que Rivera como prosista es casi un dramaturgo en ese sentido. Es un placer tener este material y todas estas capas y estas dimensiones de reflexión posibles, con una figura eminentemente nacional y desde ahí hacerlo, es un lujo.
-¿Vas a seguir co-dirigiendo?
Todo lo que me de Dios de fuerza desde el cielo será bienvenido porque me encanta todo lo que hago. Me encanta tocar la guitarra, hacer música, actuar, dirigir. Mientras tenga energía y fuerza que venga todo.
-¿Por qué el nuevo mote de “la bestia”?
Habría que preguntárselo a Marcos Carnevale que me lo puso. Yo soy simplemente un tipo apasionado, me gusta mucho mi trabajo y pasarla bien trabajando, me gusta que la gente esté feliz alrededor. Trato de no vender nada, no necesariamente está bien lo que hago y depende de la personalidad de cada uno, esto lo vivo como tal. Trabajo en la actuación desde los doce años y me siento natural enfrentando los medios -siempre- tranquilo.
-¿Cuáles son los amigos “inseparables” de tu vida?
Tengo varios (risas), varios cordobeses como por ejemplo los Fabri de Villa Giardino, nos separamos porque la vida nos lleva por distintos caminos, pero están ahí, son el refugio de mi infancia, conocer las sierras cordobesas me forjó como ser humano. Además, tengo muchos amigos de la música y de la actuación. Así que la lista es larga, por suerte.